Anteayer disfrutamos de un tiempo de compatir con dos sacerdotes que están dedicándose a dar seminarios de vida en el Espíritu por toda España con mucho fruto.
Además de lo fascinante de escuchar la aventura del Señor que les había llevado a hacer lo que hacen, pudimos conocer de primera mano lo que ya está sonando por todas partes: hay un mover entre los sacerdotes de nuestro país que los está impulsando a participar en experiencias vivas de encuentro con Dios mediante el Espíritu Santo.
Tras tantos años de ver cómo crecían los métodos de evangelización entre laicos y parroquias, es muy refrescante ver cómo el Señor se está empeñando en renovar a sus ministros. Palabras como consuelo, ilusión y propósito, brotan de los corazones de tantos sacerdotes que conocemos y han vivido estas experiencias, en las cuales nos cuentan que se actualiza su primer amor con ese nuevo ardor que solo el Paráclito puede dar.
Vivimos tiempos de cambio en la Iglesia. Quien más quien menos, todos intuimos que estamos en el quicio entre un viejo sistema que muere y otro que está por nacer. Por supuesto, siempre habrá gente que se empecine en tapar el sol con un dedo y niegue lo evidente. Pero los datos están ahí, no solo en forma de estadísticas en declive, sino también como una nube que pesa en el ambiente y que, sin ser visible, está más que presente en el ánimo de todos.
En medio de todo esto, los sacerdotes no lo tienen nada fácil. Cada vez menos, con más trabajo y encima viviendo su ministerio en medio de una Iglesia que muchas veces parece más preocupada en gestionar el declive insistiendo en el mismo, que en llevar adelante la misión de Cristo sabiendo leer los signos de los tiempos y el Magisterio.
El duelo por la cristiandad ya muerta se manifiesta en forma de una parálisis que consigue que la gente deje de soñar y caminar en pos de nueva metas, relamiéndose las heridas e intentando estar quietos para no alterar nada, no vaya a ser que moviéndose un poco resulte que el chaparrón que está cayendo se ponga aún peor.
Por eso, es notica que cientos de sacerdotes estén acudiendo a estos seminarios y luego busquen sedientos cómo mantener la gracia recibida en grupos de oración centrados en la tan de moda "oración de alabanza". Es algo que, a nosotros que trabajamos con sacerdotes para la conversión pastoral de las parroquias en Pastores Gregis Christi, nos llena de ilusión.
Pero la cosa no puede quedar ahí. Si Dios está moviendo corazones, renovando vocaciones e re-ilusionando a sus llamados, será porque toca emprender un camino para el que hasta ahora nadie estaba equipado. Después del encuentro renovador y fundante con Dios, siempre viene la misión. Por más que nos guste, no podemos hacer tres tiendas y quedarnos en el Tabor, al menos en esta vida en la que todavía queda tanto camino por hacer.
Por eso, a nosotros nos arden con igual intensidad la experiencia de Pentecostés y la experiencia posterior de los Hechos de los Apóstoles. Quedarse en el día de Pentecostés sería el equivalente a quedarse en el Tabor o mirando el cielo tras la Ascensión. Hay toda una aventura después que consiste en el crecimiento de la Iglesia hasta transformar totalmente el mundo antiguo en el que esta nació. El amor es lo que tiene, no permite acomodarse para regodearse en el gustirrinín que da sentir el calor y la pasión. El amor tiene una misión; el amor es cambio y transformación; el amor es la misión.
Despúes de Pentecostés, los apóstoles no pudieron dejar de proclamar a los cuatro vientos lo que habían visto y oído. Y se dejaron la vida en ello. Caminaron en el Espiritu, fueron guiados por el Espíritu y estoy seguro de que siguieron disfrutando del Espíritu mientras se regocijaban como testigos del amor de Dios de incontables sanaciones y numerorísisimas conversiones.
Y el secreto siempre fue que, para seguir bebiendo de ese agua que calmaba la sed y daba la vida eterna, había que afanarse en darla a los demás, para así vaciarse y poder volverse a llenar de nuevo.
Y eso es lo que estamos viendo últimamente; un genuino aluvión de gracia en forma de un baño refrescante que remueve el bautismo y la ordenación de tantos ministros que estaban cansados y secos por la dureza y el polvo del camino.
Estoy convencido de que si Dios está moviendo a sus sacerdotes, es porque tenemos una aventura por delante y un camino que recorrer en el que, a buen seguro, necesitaremos caminar como un pueblo de discípulos y una familia con pastor.
La renovación, siempre empieza por el corazón de una persona llamada por Dios, que vive en anticipo lo que Dios quiere para todo su pueblo. Como en los tiempos de Moisés, la renovación erupciona del corazón del pastor cuando este conecta con el clamor del pueblo que grita liberación. Es cuando el corazón del llamado por Dios se quiebra con lo que quiebra el corazón a Dios, que las cosas empiezan a cambiar porque nos duele más la falta de salvación de la gente que nuestro propio dolor. Y es entonces cuando se ven milagros, porque es la fe que mueve montañas la que se desata entre los hijos de Dios.
¿La renovación vendrá, pues, de los sacerdotes? ¿La conversión pastoral de las parroquias será obra de unos especialistas de la fe? ¿Qué papel tendrán los laicos y los religiosos en esta interacción?
Los milagros más grandes se ven allá donde confluyen el clamor del pueblo, el corazón del pastor y el designio de Dios a través de su palabra leida en su Iglesia.
Yo intuyo que la renovación vendrá de las comunidades de discípulos constituidas en familia de Dios. Y para eso hace falta tener a Dios por padre, a la Iglesia por madre y a los demás como hermanos. Y para eso hacen falta pastores y ovejas.
Y si Dios está suscitando algo entre sus pastores, ¿qué será lo siguiente que haga entre su pueblo?
Ojalá siempre podamos y sepamos marchar, al ritmo del fuego de Dios…
“De día, el Señor iba al frente de ellos en una columna de nube para indicarles el camino; de noche, los alumbraba con una columna de fuego. De ese modo podían viajar de día y de noche. Jamás la columna de nube dejaba de guiar al pueblo durante el día, ni la columna de fuego durante la noche.” (Éxodo 13:21-22)