Yo soy el Buen Pastor, yo doy mi vida por las ovejas -dice el Señor (Jn 10,11.15).
El alcaraván nidifica en el suelo. En la época de cría, los polluelos están expuestos no solamente a los depredadores aéreos, sino también a los terrestres. El macho del alcaraván, cuando alguna amenaza está próxima a la nidada, exponiendo su vida, se exhibe, se muestra al enemigo, se hace presa, y se aleja del nido para que, con esta maniobra de distracción, el depredador no descubra a sus vástagos. En la época de cría, la mortandad entre los machos de alcaraván es muy alta.
Jesús es el divino alcaraván. Él ha dado su vida, Él ha atraído hacia sí todo el mal, todo el pecado del mundo, al gran depredador, para que en vez de destrozarnos del todo a nosotros, las consecuencias de la lejanía de Dios cayeran sobre Él.
Pero el pobre alcaraván solamente puede alejar un peligro concreto momentáneamente, solamente para sus crías y, cuando muere, no puede dar vida. Jesús carga con todo el mal , en favor de todos los hombres, por siempre y lo transforma en vida, la muerte deja de tener la última palabra y es paso a la resurrección.
En la Eucaristía, el Pastor nos alimenta con el cuerpo que se ha entregado para darnos vida, nos entrega el antídoto contra el pecado, el mal y la muerte. Mientras estemos bajo su amparo, no hay amenaza, por grande que sea, que pueda destruirnos.
[El comentario a la otra antífona de comunión de este domingo lo tenéis aquí]
Jesús es el divino alcaraván. Él ha dado su vida, Él ha atraído hacia sí todo el mal, todo el pecado del mundo, al gran depredador, para que en vez de destrozarnos del todo a nosotros, las consecuencias de la lejanía de Dios cayeran sobre Él.
Pero el pobre alcaraván solamente puede alejar un peligro concreto momentáneamente, solamente para sus crías y, cuando muere, no puede dar vida. Jesús carga con todo el mal , en favor de todos los hombres, por siempre y lo transforma en vida, la muerte deja de tener la última palabra y es paso a la resurrección.
En la Eucaristía, el Pastor nos alimenta con el cuerpo que se ha entregado para darnos vida, nos entrega el antídoto contra el pecado, el mal y la muerte. Mientras estemos bajo su amparo, no hay amenaza, por grande que sea, que pueda destruirnos.
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