Los ritos del domingo de Ramos reflejan el júbilo del pueblo que espera al Mesías, pero, al mismo tiempo, se caracterizan como liturgia “de pasión” en sentido pleno. En efecto, nos abren la perspectiva del drama ya inminente, que acabamos de revivir en la narración del evangelista... También las otras lecturas nos introducen en el misterio de la pasión y muerte del Señor. Las palabras del profeta Isaías, a quienes algunos consideran casi como un evangelista de la antigua Alianza, nos presentan la imagen de un condenado flagelado y abofeteado (cf. Is 50, 6). El estribillo del Salmo responsorial: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, nos permite contemplar la agonía de Jesús en la cruz.
Sin embargo, el apóstol San Pablo, en la segunda lectura, nos introduce en el análisis más profundo del misterio pascual: Jesús, “a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz (Flp 2, 6-8). Por eso Dios lo exaltó sobre todo, y le concedió el nombre que está sobre todo nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en el abismo, y toda lengua proclame: ¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre” (Flp 2, 9-11).
La humillación y la exaltación: esta es la clave para comprender el misterio pascual; esta es la clave para penetrar en la admirable economía de Dios, que se realiza en los acontecimientos de la Pascua...
Cristo, con su entrada en Jerusalén, comienza el camino de amor y de dolor de la cruz. Contempladlo con renovado impulso de fe. ¡Seguidlo! Él no promete una felicidad ilusoria; al contrario, para que logréis la auténtica madurez humana y espiritual, os invita a seguir su ejemplo exigente, haciendo vuestras sus comprometedoras elecciones. María, la fiel discípula del Señor, os acompañe en este itinerario de conversión y progresiva intimidad con su Hijo divino, quien “se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14). Jesús se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza, y cargó con nuestras culpas para redimirnos con su sangre derramada en la cruz. Sí, por nosotros Cristo se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. ¡Gloria y alabanza a Ti, oh Cristo! 1.
Comienza hoy la Semana Grande, la Semana Santa. El Señor muere por nosotros en la cruz. En estos días vamos a contemplar el rostro del Señor; vamos a contemplar al Cristo que da su vida por nosotros. Al hacerlo nos llenaremos de Él y podremos darlo a los demás. Solo el que se enamora, solo el que vive lleno del amor de Dios hará por darlo a los otros, hará por llevar el rostro del Señor a los demás.
PINCELADA MARTIRIAL
Cuadros de Pasión en la Catedral de Toledo por el beato José Polo, deán de la Catedral Primada y mártir de la persecución religiosa.
Ni el espacio de un breve artículo consiente enumerarlos, ni mucho menos entrar en detalles de análisis y comparación. Pero de entre los muchos que decoran la magnífica sacristía, haciendo de ella rico museo de arte español y cristiano, tres cuadros sobresalen por el prestigio de la firma y por las maravillas que sobre el lienzo trazó el pincel.
Me refiero al «Expolio», del Greco; al «Prendimiento», de Goya, y al «Nazareno», de Sebastián del Piombo.
Acaso fue el primero que pintó en Toledo el cretense, según se desprende de los libros de Obra y Fábrica que, extractados por el canónigo señor Pérez Sedano, dicen: «Dominico Theotocopuli, pintor llamado el Greco, empezó a mediados del año 1577, a pintar el cuadro para el Sagrario, del Expolio de las Vestiduras de Cristo y lo concluyó, con el ornato que hizo para él en el año de 1577. Diéronsele por la pintura o cuadro 119.000 maravedises y 200.000 por el ornato, según la tasación que hicieron Esteban Jordán, vecino de Valladolid, escultor de Su Majestad, nombrado por parte de Dominico y Diego de Aguilar y Sebastián Hernández, tasador que eligió la Obra y Fábrica. Bueno sería el ornato, cuando lo tasaron en mayor precio que la pintura, que es tan excelente». En una nota marginal añade: «En, la visita que hizo el señor Sandoval y Rojas, año de 1601, cuando aún subsistía el antiguo relicario, se habla de este cuadro en los términos siguientes: Un retablo grande que hizo Dominico Greco de pincel, que es cuando quisieron poner a Nuestro Señor en la Cruz, que tiene muchas figuras pintadas en lienzo, sentados sobre esta tabla, con guarnición de pilastras, basas, capiteles y frontispicios, todo dorado, y en el banco unas figuras de talla, también doradas, que son cuando Nuestra Señora echó la Casulla a San Ildefonso».
Se echa de ver a la primera ojeada que esta obra, por el color, dibujo y modo de estar concebida, evoca recuerdos de la escuela veneciana. La garra de león del Tintoreto todavía prende y acompaña al artista. No destaca vigorosa su manera peculiar y característica de expresar su sentimiento religioso. Empieza, sin duda, a acusarse, pues las figuras de la Virgen, María Magdalena y el Apóstol San Juan, incluidas en el cuadro contra el parecer del Cabildo, que oponía al artista la razón de que tales personajes no figuraron en la escena representada; en sus matices de coloración, en los alargamientos del rostro, son preliminar seguro del estilo que posteriormente dominó en las composiciones del Greco.
¿Quiso este retratar, en dos de las figuras mencionadas a su esposa y a su hija? ¿Es, como dicen, un auto-retrato de la figura del guerrero que se halla a la derecha del Señor? Difícil sería la contestación a estas preguntas. El «Expolio» es, sin duda, una de sus mejores obras. El color vive con una fuerza asombrosa de tonalidades; la expresión de los tipos está llena de verismo, y la figura central, Nuestro Señor Jesucristo, por su majestad, por la vibración de aliento divino que hay en sus ojos, por el gesto de suprema resignación de aquella faz dulcísima y atrayente en medio de las ferocidades de los sayones que le cercan amenazadores, inspira piedad y compasión. Un halo de suave luz le circunda; la coloración de su túnica, intensa, fuerte y que, sin duda por un acierto pictórico, se entra en la retina sin fatigarla, antes haciendo de ella puerta para penetrar en el alma, es algo que ningún artista ha logrado.
No es un cuadro místico, al modo de otros suyos, en que las formas humanas tienden a espiritualizarse, adelgazando la materia por tendencia conquistadora del espíritu; es un cuadro inspirador de fe y de alta misericordia, es el triunfo de la paz y de la justicia, reflejadas en Cristo, sobre la barbarie de sus perseguidores.
Peregrina ocurrencia fue, sin duda, la de colocar junto a este, de Theotocopuli, un cuadro de Goya, representando otra escena de la Pasión. Cuéntase entre los toledanistas que, al verlo, sufrió gran contrariedad el maravilloso pintor de majas y chisperos. ¿Quizá por encontrarlo inferior al del cretense? ¿Acaso porque hubiese preferido no hallar términos de comparación?
Escriben los inteligentes que sintió Goya la pintura religiosa, no faltando quiénes le niegan inspiración para este linaje de arte. ¿Es ello cierto? Doctores tiene la crítica que sabrán responder mejor que yo la pregunta; mas por la muestra que dejó en Toledo, no creo que diérale el jurado la primera medalla.
En su cuadro «El Prendimiento» hay un efecto de luz bellamente logrado; resplandores mortecinos y melancólicos bañan las figuras. Aparte las bellezas del dibujo y colorido que, como de mano del genial aragonés, son siempre magistrales, ni hay en la figura de Cristo aquella placidez y majestad que sublima el «Expolio», ni aparece el sentimiento religioso en ninguna parte del lienzo. La actitud y las carcajadas de los sayones tienen un poco de caricatura; más que soldados de Judea, parecen corchetes de la época de Goya; al que de estos aparece apoyado en la lanza sujetando a Cristo, fáltale la expresión apropiada al momento; el mismo Nazareno, pálido, contrahecho, sin la postura del siempre justo e inocente, no mueve a piedad.
Linda muestra de pintura religiosa en la piedad y el arte emocionalmente articulados, acaso con mayor brío que en el «El Expolio», ofrece el Nazareno de Sebastián del Piombo. El famoso enemigo de Rafael aprendió en el estudio de Bellini y Miguel Ángel el colorismo impresionante y expresivo de sus maestros. Tres figuras integran la composición, alcanzando cada una de ellas linderos de excelsitud. El gesto del ademán del soldado romano, impregnados de inconsciente y bárbara fiereza, corresponden al tipo clásico. Los dedos se agarrotan entre la cabellera rizosa y no descuidada de uno de los ladrones; refulge el acero del casco que cubre la cabeza, y con el barboquejo, parte la barba de un rojo sucio. Los ojos escrutadores, con mirada que es juntamente de curiosidad y de odio, no pierden la vista de los reos; resalta la poderosa musculatura del brazo...
La primera figura del grupo representa a uno de los ladrones. ¿Dimas o Gestas? ¿El bueno o el malo? En los pliegues del atezado rostro se advierten rasgos de nobleza; el mirar pensativo y triste, la frente achatada, deshechas las vestiduras que mal cubren las carnes morenas; la prensión de las cuerdas sobre el antebrazo produce la distensión de tendones... Bellamente interpretada la majestad de Cristo, la faz empalidecida, hundidos los lagrimales, rota y caída la esbeltez del cuerpo, el Piombo reflejó aquí a maravilla «Al Varón de Dolores». Fijaos en las manos que abrazan amorosamente, la Cruz; los dedos de la derecha, largos, afilados, elegantes, aristocráticos, dijéranse que acarician al Santo Leño; la izquierda, que sostiene casi todo el peso, ostenta un color más vivo, va enrojeciendo, como si la sangre hubiera traspasado la delgada piel. La manera característica en Bellini, de predominio expresionista, triunfa visiblemente en este cuadro, más interesante, a mi juicio, que el de la «Flagelación», tan afamado, del mismo autor.
Los numerosos visitantes que a diario acuden a nuestra catedral primada en busca de la emoción única que se siente dentro de sus muros, que aún guardan la huella de luz de todas las manos artistas, en sus altares tienen recuerdo de todos los Reyes, y en sus imágenes plegarias de todas las generaciones, que se detienen asombrados ante «El Expolio», del Greco; pasan de largo ante «El Prendimiento», de Goya, y se conmueven frente al «Nazareno», de Piombo.
(La Época, viernes 25 de marzo de 1932).
1 San JUAN PABLO II, Homilía a los jóvenes en el domingo de Ramos, 16 de abril de 2000, números 2-4.