El título del ensayo nos presenta tres palabras que hay que puntualizar para entrar en contexto y poder llegar a la conclusión:
Moralismo:
Cuando se hace de la moral una ideología, desvirtuando la norma, hasta considerarse su mejor intérprete y el que la cumple a raja tabla. Es decir, el exceso del yo. Por ejemplo, al considerarse más bueno que el promedio de las personas. La moral es muy importante, porque la fe implica una forma de vivir, un estilo disciplinado, marcado por la libertad del dominio propio; sin embargo, cuando esto se convierte en una obsesión por ver las culpas ajenas, se cae en un vicio aunque pueda parecer una virtud. Jesús fue especialmente duro contra el moralismo. Por eso, criticaba al que decía: “Dios, te doy gracias, que no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana, pago el diezmo de todo lo que poseo…”. En vez de eso, Jesús felicitaba al que oraba de forma opuesta: “Oh Dios ten compasión de mí que soy un pecador”. Reconocerse pecador, no significa una falta de autoestima o de conformidad, sino el primer paso para cambiar, sin pisar a los que piensan diferente.
Negación:
Cuando algo nos duele y sobrepasa, psicológicamente pasamos por una etapa que se llama “negación”. En el campo de la fe, nos puede suceder cuando, por ejemplo, vemos o constatamos la crisis de valores cristianos que existe en la sociedad. La reacción de muchos es refugiarse en el moralismo, olvidando que es la santidad la única forma de contribuir al cambio, como lo hizo San Francisco de Asís frente a los excesos de algunos curiales de la época. Y por santidad, no decimos ser raros, aburridos o excéntricos, sino coherentes con la fe en medio de lo normal de cada día.
Intimismo:
Es una enfermedad de tipo espiritual en la que la persona piensa que puede tener una excelente relación con Dios, mientras hace menos a los demás, creyendo que no los necesita para nada. Olvida que Jesús pide perdonar, reconciliarse, antes de cualquier oración u ofrenda.
Conclusión:
El moralismo; es decir, quitar a Dios del centro para colocar en su lugar a ciertos usos y costumbres, se vuelve un mecanismo de defensa frente a la realidad actual, cayendo en la negación y el intimismo que son los principales obstáculos de la evangelización. En vez de eso, vivir una moral sana, enraizada en la fe, que se preocupe por la coherencia, sin que ello signifique creerse perfectos. Los santos y las santas fueron de una moral muy sólida, pero sabían atraer por su buen modo y transparencia. El que es bueno no tiene que estarlo repitiendo como disco rayado. Simplemente, se le nota, pues lo proyecta al natural. El moralismo es todo lo contrario, ya que supone una actuación. Por lo tanto, lejos de asustarnos con la realidad actual, nos toca hacer algo. ¿Y qué es ese algo? Evangelizar, primero, con el ejemplo, y luego con las palabras.