“Jesús les dijo: Esforzaos en entrar por la puerta estrecha… Y vendrán de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur, y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios. Mirad, hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos.” (Lc 13, 22-30)
Cristo habla, en el Evangelio de esta semana, de una puerta estrecha, y nos insta a cruzarla, a pasar por ella. Esa puerta es la del amor. Un amor que a veces consiste en vivir la castidad, otras en obedecer, otras en mantener la austeridad frente a las tentaciones del consumismo, otras en perdonar, otras en aguantar en silencio una humillación, otras en hablar claro y alto para defender al inocente. El amor tienes mil facetas, cada una para el momento adecuado, de forma que si se calla cuando hay que hablar o si se habla cuando hay que guardar silencio, se falta al amor. Pues bien, el amor es la puerta estrecha y difícil que debemos cruzar para seguir e imitar a Cristo y, por consiguiente, para entrar con Él en el Reino.
Pero no basta con eso. La palabra de vida de esta semana nos sugiere algo más, nos invita a algo más. Nos pide que seamos los primeros en amar, que no esperemos a que otros hagan las cosas, hablen para defender al que sufre la injusticia o ayuden con su limosna al que pasa hambre. Tenemos que hacerlo no por soberbia, sino por agradecimiento. Si Cristo nos necesita -y nos necesita en el Sagrario y en el prójimo-, no podemos estar dilatando la respuesta, sino que debemos correr a darle lo que él espera de nosotros. No se trata, pues, de soberbia, sino de gratitud. Además, con frecuencia se comprueba que cuando alguien que se ha dado cuenta de que hay que hacer algo no lo hace, eso se queda sin hacer. Si no damos nosotros el primer paso, es muy posible que nadie se anime y lo que había que hacer permanece sin hacer, pagando todos las consecuencias.