El Evangelio de hoy puede parecer intrascendente si nos quedamos únicamente en el relato que el evangelista. Pero si nos detenemos a leerlo y meditarlo, veremos que Cristo nos señala algo que es tan interesante como actual: la complicidad en el juicio del prójimo. Cristo empieza haciéndose una pregunta: “¿Con quién puedo comparar a los hombres de esta generación? ¿A quién se parecen?”. El Señor hace una pregunta retórica para centrar la atención en lo que va a decir a continuación. Nos habla de grupos de jóvenes que critican todo lo que ven delante. Muestran su disconformidad tanto si de hace algo, como si se hace lo contrario. Rechazan a quien no se comporta como ellos. En este caso Cristo es criticado tanto por lo que lloran, por no llorar y por los que cantan, por no cantar. Veamos lo que nos dice San Cirilo:
Había cierto modo de entretenerse entre los hijos de los judíos. Se dividía una turba de niños en dos partes, para burlarse de las vicisitudes rápidas de la vida presente. Los unos cantaban y los otros se lamentaban. Los que lloraban no se alegraban con los que cantaban, ni los que se alegraban se conformaban con los que lloraban. Después se reprendían mutuamente y vituperaban su falta de simpatía. Que así obró la plebe de los judíos juntamente con sus príncipes, lo declara Cristo, cuando añade: "¿Pues a quién diré que se asemejan los hombres de esta generación, y a quién se parecen? Semejantes son a los muchachos que están sentados en la plaza", etc. (San Cirilo. Tomado de la Catena Aurea, san Lucas, 7:29-35)
A partir de la publicación del libro “La condición posmoderna” (Jean-François Lyotard, 1979) la postmodernidad empieza a adueñarse de la sociedad. Previamente, la sociedad tendía a enfrentarse desde posiciones antagónicas para conseguir la supremacía social. La ideología postmoderna ofrece una aparente solución a los antagonismos previos. ¿Por qué no aceptar que la sociedad es multi-ideológica y defender que toda propuesta pueda tener su espacio social? Como se puede comprobar, la postmodernidad no es una panacea. Ha dado lugar a una sociedad líquida en la que todo vale y nada tiene valor. Para el ser humano postmoderno, lo importante es la pertenencia aparente y superficial a una de miles opciones vitales. Esta diversidad no ha solucionado nada, ya que cada vez estamos más divididos y más enfrentados unos con otros. El maligno supo plantar una semilla de la cual estamos recogiendo los amargos. Como es lógico, la postmodernidad ha colonizado la Iglesia. Actualmente existen multiplicidad de grupos eclesiales que no pugnan directamente por la supremacía, sino por tener un espacio socio-eclesial (burbuja) diferenciado y reconocido.
Volviendo al texto evangélico, cada una de estas burbujas juzga a todas las demás por el grado de semejanza con sí mismas. Tendemos a criticarnos unos a otros por aspectos superficiales o culturales, lo que genera muchas tensiones y resentimientos. Esto lo podemos ver en la mayoría de los portales web eclesiales. Es muy difícil encontrar un espacio que reúna, en paz, visiones y entendimientos diferentes. Quizás este portal, “Religión en Libertad”, sea uno de los pocos portales católicos que es capaz de contener una diversidad de entendimientos de la misma fe, sin que por ello haya problemas internos.
En el Evangelio Cristo señala que las superficialidades y complicidades sociales pueden ser un grave impedimento para encontrar la sustancialidad, lo esencial.. Para quienes la complicidad es comer y beber, quien ayuna resulta insoportable. Para quienes la complicidad es ayunar, comer y beber genera un repudio inmediato. Pero, ¿Ayunar es malo? ¿Comer y beber es malo? Aquí nos encontramos con una de las perversiones más eficaces para destrozarnos: trastocar lo accesorio y lo esencial, para después enfrentarnos entre nosotros. San Agustín lo explica muy bien:
Cuando dice: "Mas la sabiduría ha sido justificada por todos sus hijos", da a entender que los hijos de la sabiduría comprenden que la justicia no consiste en abstenerse ni en comer, sino en tolerar con paciencia la pobreza. No el uso, sino la concupiscencia, es lo que debe reprenderse, con tal que convengas en las clases de alimentos con aquellos con quienes has de vivir. (San Agustín, de quaest. evang. 2, 11)
Lo esencial es estar unidos a la Voluntad de Dios. Ayunaremos cuando sea necesario. Comeremos cuando sea necesario. El pecado está en el exceso y en poner la actitud humana como centro de nuestra existencia. Ya lo decía claramente Cristo tomando a Isaías como base para ello: “Este pueblo de labios me honra; más su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, preceptos humanos” (Mt 15, 8-9). ¿Ayunar es malo? Nada de eso. En su momento y dando sentido a nuestros actos, ayunar es una herramienta maravillosa para acercarnos a Dios. ¿Comer es malo? No. Comer con moderación es necesario para sobrevivir. Lo que destroza el corazón es enfrentarnos con nuestro hermano cada vez que no coincidamos en lo socio-cultural. El diablo lo sabe muy bien y utiliza esta herramienta para su planes. Una persona herida y dolorida, es el mejor medio para transferir el dolor a los demás.
Cristo nos mandó amar a nuestros enemigos. Pero ¿Hizo Cristo distinción entre los enemigos? Pensemos en la actitud de Pedro cuando vinieron a prender a Cristo en el Huerto de los Olivos. Después recordemos lo que el Señor le indicó: “Guarda tu espada en su vaina, pues todos los que empuñan espada, a espada morirán” (Mt 26, 52).