¡Enhorabuena, Lolo, querido hermano, compañero y amigo! Amigo, sí, desde aquellos años 60 en que los jóvenes seminaristas de san Pelagio comenzábamos a leer tus articulos en "Vida Nueva", tus folletos y libros, y tú nos estremecías el alma y el corazón, contándonos la grandeza de la enfermedad y del dolor, impartiendo altas lecciones de la sabiduría de la cruz.
Ahora, desde ayer, ya estás en los altares de los templos, y en el altar de las entrañas humanísimas de un periodismo veraz y audaz, que tú encendiste con fuego de hoguera desde tu silla de ruedas, inválido pero sonriente, enfermo pero feliz.
Lolo, tú eres uno de los nuestros, de los que buscan y encuentran, tras sortear mil arroyos y emprender mil caminos; de los que preguntan a las estrellas en el firmamento de las ilusiones, tras elevar la mirada a las alturas; de los que convierten el duro suelo en arena de playa, tras descalzarse para sentir mejor la caricia de las olas. Por eso, nos ofreciste páginas tan hermosas desde tu sillón de ruedas, como aquella lineas estremecedoras: "Desde los 22 años he tenido el dolor sobre la carne, minuto a minuto. De noche incluso seguían unas terribles pesadillas, en las que el punto de partida era siempre algún dolor del organismo".
Gracias, Lolo, por tus lecciones tan hermosas, por esas tres facetas que atraviesan tu vida: laico comprometido, escritor noble y enfermo ejemplar. Pero, gracias sobre todo, por el precioso testamento de tus obras y escritos, tan cuajados de ternura, transidos de una fe honda, profunda, enraizada en el misterio de Jesucristo; una esperanza viva, puesta de manifiesto en muchos detalles; un amor que se disolvía en la cotidianidad. Junto a todo ello, un amor profundo a la Eucaristía y a la Madre del Señor y una actitud orante, pasada por la vida. Gracias por haber ejercido un periodismo apasionado por la verdad y la justicia, por la belleza de tu estilo y por esa forma de decir las cosas grandes de manera sencilla.
Tus escritos periodisticos y literarios rezuman por todos los costados un hilo de bondad, de verdad, de gracia, de belleza y de amor. He aquí, como botón de muestra, algunas de tus frases más felices hablando precisamente de la oración, que para ti fue tan importante: "Con sólo dos palabras, un "si" al amanecer y un "gracias" a la caída de la tarde, se puede hacer la más breve y perfecta oración... Rezar es reir, llorar, cantar, caminar, descansar y dar; todas las cosas juntas en una sola acción: amar".
Ahora, querido compañero, ya estás en los altares como beato, convertido en amigo de todos los periodistas y en intercesor de una Iglesia con llagas luminosas. Sigue enviando tus crónicas de esperanza desde el cielo de la plenitud y la felicidad.