¿Qué tal amigos? Hoy os comparto con alegría que ayer, día de la Virgen del Pilar fue el aniversario de mi ordenación sacerdotal. Y al hilo de ello se me ocurrió escribir una reflexión.
Lo primero que iba a decir es que le doy gracias a Dios por poder serle fiel, pero me temo que eso sería un error, pues es justo al revés. ¡Gracias a Dios porque Él es fiel a pesar de mi! Ha sido fiel todo este tiempo. Y hoy puedo dar testimonio de que Dios cumple lo que promete, ayuda en la propia debilidad, consuela en el propio sufrimiento y se sirve de la propia pobreza para hacer bien a otros. Jesucristo no merece la pena, Jesucristo merece la vida.
Lo segundo que quería escribir es una petición: pedid por nosotros, pedid por los sacerdotes. Por todos los que dan la vida cada día por los demás, por los que vuelven a casa a estar solos cada noche después de todo el día entregándose y se ponen a rezar por su pueblo, incluidos aquellos que les injurian. Por los que se desplazan kilómetros y kilómetros de coche para atender a unos poquitos fieles en los pueblecitos. Por los que en las ciudades viven en medio de una gran vorágine de gente distinta cada día, acompañando sus dificultades por los ritmos que la vida social parece imponer hoy. Por los que dan su vida en los hospitales, en las cárceles, en centros educativos. Por los que reciben un grito de “pederasta” o una blasfemia contra Dios cuando pasean vestidos de clériman por la calle y responden rezando y bendiciendo interiormente.
Lo tercero sobre lo que quiero reflexionar es sobre cómo necesita un sacerdote ser querido por su pueblo. Es innegable que todos necesitamos que nos quieran, también nosotros. A un sacerdote no le queráis por lo que hace: por si es más o menos activos, por si es más o menos inteligente, por si es mejor o peor predicador. Cada uno es como es, tiene las capacidades que tiene, imagino que como os pasa a vosotros. A un sacerdote queredle por lo que es: sacerdote. No hace falta más. No intentéis que demos siempre la talla, no podemos. No queráis que gustemos a todo el mundo, nos es imposible. Lo que nos hace sacerdotes es que podemos celebrar la Eucaristía, perdonar los pecados, siendo nosotros también pescadores, dar los sacramentos tal como la Iglesia nos pide, predicar y ser fieles a la doctrina tal y como la Iglesia la enseña. Pedidnos eso. Querednos más no cuando hagamos todo bien sino cuando menos lo merezcamos, pues es, como todos, es cuando más lo necesitamos.
Cuarta reflexión: no nos critiquéis, por favor. Un cura muy sabio me dijo una vez que los sacerdotes somos un puente entre los hombres y Dios. Y los puentes, ya sabéis, se pasan, se pisan, se dejan atrás y se olvidan. Muchas veces nos sentimos así, pasados, pisados, dejados atrás y olvidados, pero bendito sea Dios si ello es para que la gente llegue a Él. Ten en cuenta, antes de juzgarle y criticarle, que el corazón de un sacerdote puede estar viviendo todo esto. Pisarnos no es lo mismo que machacarnos. Sabemos que tenemos defectos y que cometemos errores, imagino que igual que vosotros. Rezad por nosotros, más en estos tiempos difíciles. Lo necesitamos mucho. Somos mayoría los que queremos dar la vida, y no es ningún secreto que hay muchas adversidades.
Y lo quinto: ¡Gracias! Gracias porque el testimonio de nuestro pueblo nos ayuda mucho muy a menudo. Especialmente en los corazones más humildes y sencillos nos dais auténticas lecciones de santidad. ¡Cuanto bien oculto hay en los laicos! ¡Cuantas personas y familias que nos ayudan y enseñan tanto! A mi hay personas que me dicen a veces que algo que dije o hice les ayudó. Me pasa lo mismo con vosotros. Vivamos lo que tenemos que vivir: nuestro Bautismo, toda la vida, hasta el cielo. Igual que un sacerdote que trata de ser santo ayuda a su pueblo, aquella persona que trata de ser santa ayuda a sus sacerdotes.
Que la Paz de Dios reine en nuestros corazones y nos ayude a todos. ¡Feliz día!