Hoy domingo celebramos la solemnidad del Bautismo de Cristo. Hoy termina el tiempo de Navidad y volvemos al tiempo ordinario. Igual que el pasado día 6 de enero, hoy Cristo muestra la divinidad al mundo, aunque lo haga de forma muy diferente. En ambos casos el mundo se sorprende, pero también lo hace de forma diferente. En la Epifanía, los Sabios de Oriente y los pastores, se arrodillan ante Dios nacido. Su docilidad y humildad, les permite unirse y festejar lo que estaba sucediendo.
Cristo se revela, dejémonos iluminar con Él; Cristo se hace bautizar, descendamos al mismo tiempo que Él, para ascender con Él. (...) Juan está bautizando, y Cristo se acerca; tal vez para santificar al mismo tiempo a aquel por quien va a ser bautizado, y sin duda para sepultar en las aguas a todo el viejo Adán. Santificando el Jordán antes de nosotros y por nuestra causa; y de la misma manera que él mismo era espíritu y carne, para iniciarnos mediante el Espíritu y el agua. (San Gregorio Nacianceno. Homilía 39, para la fiesta de las Luces; PG 36, 349)
En el bautismo, es Cristo quien se acerca a Juan el Bautista y le solicita ser bautizado. Tras el bautismo, el Señor fue impulsado a pasar cuarenta días de soledad y reflexión en el desierto. Cuando el Señor se acerca a Juan y le pide ser bautizado, Juan el Bautista se sorprende. No aceptaba ser él quien bautizara al Hijo de Dios. Cristo le indica que es necesario por justicia. El Bautismo de Juan se realizaba con agua. El bautismo de Cristo es mucho más fuerte y poderoso:
Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más poderoso que yo; a quien no soy digno de desatar la correa de sus sandalias; Él os bautizará con el Espíritu Santo y fuego. Tomará en su mano el bieldo, y limpiará su era, metiendo después el trigo en su granero, y quemando la paja en un fuego inextinguible (Lc 3, 16-17)
El bautismo del Señor penetra en el alma y la transforma. De ahí que Juan hable de fuego y espíritu. El bautismo que Juan ofrecía al pueblo judío todavía no tenía la capacidad de convertir y transformar a quien lo aceptara y lo recibiera. San Lucas también habla de trigo y paja. ¿En qué sentido?
Como el trigo y la paja no pueden separarse sin el viento, tiene el bieldo en su mano, para demostrar que unos son trigo y otros paja. Si eres paja ligera (esto es, incrédulo), te mostrará la tentación lo que eres sin saberlo; si por el contrario, resistes firmemente a la tentación, no es la tentación la que te hace fiel y sufrido, sino la que pone de manifiesto la virtud que en ti estaba oculta. (Orígenes, in Lucam, 26)
¿Somos trigo o paja? Si somos paja, el viento del mundo nos arrastrará lejos. El bautismo será una simple ceremonia cultural que hemos recibido por tradición familiar. Si somos trigo, todo será diferente. Seremos molidos y amasados junto con la levadura del Reino de Dios. En el horno de la vida, el fuego del bautismo nos transformará internamente. La conversión es similar a la masa de harina de trigo que se transforma en pan.
Les dijo otra parábola: El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que una mujer tomó y escondió en tres medidas de harina hasta que todo quedó fermentado. (Mateo 13, 33)