No podemos ser ingenuos en el camino espiritual. Tendremos que luchar para que el don recibido en el Bautismo desarrolle convenientemente.
“La Palabra de Dios nos invita claramente a «afrontar las asechanzas del diablo» y detener «las flechas incendiarias del maligno». No son palabras románticas, porque nuestro camino hacia la santidad es también una lucha constante. Quien no quiera reconocerlo, se verá expuesto al fracaso y la mediocridad. Para el combate tenemos las armas poderosas que el Señor nos da: la fe que se expresa en la oración, en la meditación de la Palabra de Dios, la celebración de la Misa, la adoración eucarística, la reconciliación sacramental, las obras de caridad, la vida comunitaria, el empeño misionero. Si nos descuidamos, nos seducirán fácilmente las falsas promesas del mal, porque, como decía el santo cura Brochero, «¿qué importa que Lucifer os prometa liberar y aun os arroje al seno de toda clase de bienes, si son engañosos, si son bienes envenenados?»”
En la vida de santidad es necesaria la lucha contra el enemigo, contra las pasiones y contra nosotros mismos. Más importante aún cuidar una actitud positiva hacia la intimidad con la Santa Trinidad y con la referencia permanente al apostolado. No podemos vivir sin ideales. “En este camino, el desarrollo de lo bueno, la maduración espiritual y el crecimiento del amor son el mejor contrapeso para el mal. Nadie resiste si opta por quedarse en un punto muerto, si se conforma con poco, si deja de soñar con ofrecerle al Señor una entrega más bella. Menos aún si cae en un espíritu de derrota, porque «el que comienza sin confiar, perdió de antemano la mitad de la batalla y entierra sus talentos… El triunfo del cristiano es siempre una cruz pero que al mismo tiempo es bandera de victoria, que se lleva con una ternura combativa ante los embates del mal”.
El defecto más corriente de los cristianos es la mediocridad. No somos malos, somos mediocres. Nunca podemos perder de vista que desarrollar el don que gratuitamente recibimos en el Bautismo, necesita un esfuerzo constante. La tibieza siempre está llamando a la puerta. El Papa la llama corrupción. “El camino de la santidad es una fuente de paz y de gozo que nos regala el Espíritu, pero al mismo tiempo, requiere que estemos «con las lámparas encendidas» y permanezcamos atentos: «guardaos de toda clase de mal». «Estad en vela». «No entreguéis al sueño». Porque quienes sienten que no cometen faltas graves contra la ley de Dios, pueden descuidarse en una especie de atontamiento o adormecimiento. Como no encuentra algo grave que reprocharse, no advierten esa tibieza que poco a poco se va apoderando de su vida espiritual y terminan desgastándose y corrompiéndose”.
Esta corrupción termina con un horizonte tremendo cuando se va aposentando en el alma. El papa Francisco la dedica unas palabras muy duras: “La corrupción espiritual es peor que la caída de un pecador porque se trata de una ceguera cómoda y autosuficiente donde todo termina pareciendo lícito: el engaño, la calumnia, el egoísmo y tantas formas sutiles de autorreferencialidad, ya que «el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz». Así acabó sus días Salomón, mientras que el gran pecador David supo remontar su miseria”.