Artículo publicado hoy en el Diario Ideal, edición de Jaén, página 27
Durante los primeros meses de la incivil guerra de 1936 al 39, en varios municipios situados en la zona republicana, los ilustrados munícipes tomaron una decisión valiente: organizar bailes públicos gratuitos en el interior de la iglesia parroquial incautada al efecto por las fuerzas respetuosas a la inexistente ley de libertad religiosa. De este modo conseguían dos objetivos muy claros: divertirse en el interior del templo donde se había celebrado la liturgia católica hasta meses atrás; y la otra, si los miembros de la familia equis protestaba por la profanación de un lugar sagrado eran reos de entrar en una checa a recibir unos cuantos estímulos de amor republicano, algo que suponía que salieran más seguidores familiares escondidos por ser candidatos a recibir el famoso “paseo”, entregándose a las hordas de las milicias populares.
El día de Santiago un fulano entra en el santuario de la Virgen de la Fuensanta, en Villanueva del Arzobispo, se baja el pantalón corto deportivo se cisca en el suelo y, posteriormente, el valiente varón reparte sus inmundicias humanas por la ropa del Cristo de Medinaceli, quien callado repite las palabras de la Crucifixión: “Perdónale, Padre, porque no sabe lo que hace”.
Unos ojos observan la profanación, son las cámaras de seguridad instaladas al efecto, desde que se marcharon los guardianes del santuario, los padres trinitarios, quienes, ante la escasez vocacional, tuvieron que romper su permanencia en aquel cenobio desde la centuria decimonónica.
Otros ojos observaron la tragedia provocativa: los de María de la Fuensanta, situada en su camarín, protegido por una fuerte reja de hierro forjado. La Virgen, patrona de las Cuatro Villas, pensó en sus adentros: “A este no le pido al Señor que le dé un rollo de papel higiénico, como el vino ausente en la boda de Caná, de Galilea”.
Y unos ojos desconocidos, finalmente, observaron la matrícula del coche al que subió el pájaro recién defecado profanador de la Casa de Dios y María. Pensaría que su hazaña pasaría a los anales de la milenaria historia cristiana al lado de Nerón y Diocleciano. Ni mucho menos.
El héroe profanador ha sido detectado por la Guardia Civil, quien ha sacado su filiación y domicilio, así como la propiedad del coche. En manos de la Benemérita, antes que tarde, ese individuo evacuará en sus pantalanes sus heces cuando le apliquen la legislación vigente contra los sentimientos religiosos de un lugar sagrado, como el Santuario de la Virgen de la Fuensanta, de los tantos que pueblan la geografía de la diócesis de Jaén.
En el santuario harán lo mismo que al terminar la incivil guerra española: volver a sacralizar el sitio, donde un caradura ha dejado sus excrecencias, como ocurrió donde los jerarcas republicanos organizaron bailes populares y gratuitos como arma de doble filo para los pobres católicos asustados ante el posible martirio.
Espero, sinceramente, que la cofradía de la Fuensanta, este septiembre, deje patente en público su devoción mariana a la patrona de la Cuatro Villas, la Señora que ha sido ofendida.
Tomás de la Torre Lendínez