Artículo publicado hoy en el Diario Ideal, edición de Jaén, página 27
Con el estío agosteño, con el silencio de la sensatez, con la eterna sonrisa en los labios, con sus ojillos vivaces, cubiertos por sus compañeras gafas, con su figura de porte aparentemente desaliñado, pero siempre encorbatado sobre sus camisas blancas, con sus manos fuertes y varoniles, saludadoras de adversarios, compañeros y amigos, con el último chascarrillo emitido por su boca siempre alegre y dinamizadora…se nos ha ido a la otra orilla Alfonso Sánchez Herrera, para quien suscribe el mejor alcalde de Jaén desde hace cuarenta años que se hicieron las primeras elecciones democráticas a la luz de la Constitución de 1978.
He compartido con Alfonso muchos oficios religiosos: bautismos, primeras comuniones, bodas, entierros, misas dominicales y hasta una tarde sabatina apareció de pronto por la Capilla de María Auxiliadora. El carnet de identidad católica nunca lo escondió, siempre hizo confesión pública de su militancia en la Iglesia Católica, además lo razonaba con orgullo cuando otras opciones religiosas, por razón de su cargo de primer edil, lo invitaban a actos sociales o de culto. Acudía, pero siempre soltaba entre risas, bromas y chistes que él era católico, apostólico y romano, y que así esperaba entregar su alma a Dios. Ahora lo ha conseguido.
Su paso por la alcaldía de Jaén lo convirtió en un hombre popular, no solamente por el partido en el que militaba, sino sobre todo porque se hizo imprescindible llamándose él mismo “el perejil de todas las salsas”. Siempre tenía un hueco en la agenda para estar en todos los rincones de una ciudad, a la que cogió siendo un poblachón provinciano, encorsetado en su desarrollo en todos los puntos cardinales. Apostó por las Fuentezuelas por donde pone el sol, por el norte con un nuevo polígono industrial, y por el ferial que lleva su nombre desde el este.
¿Cuál era el secreto de este hombre de Jaén? Era doble. A mí tuvo a bien contarme ese secreto que guardaba con gran celo. Primeramente, era nacido en nuestra ciudad, criado en sus calles y plazas, en su casa familiar mamó el amor a esta tierra, a sus gentes y costumbres, pero con sus virtudes y defectos, con sus idealismos y realismos, con sus complejos y desilusiones, con sus pros y contras. Nunca creyó hacer de Jaén más de lo que es y será: una ilustre fregona de un poder madrileño y sevillano, cuyos señoritos nos dan las migajas que caen de sus apetitosas mesas, como ocurrió en los fastos de 1992. En segundo lugar, Alfonso derramó algo muy íntimo: el amor al pueblo de Jaén tal como es, nunca como a él le hubiera gustado que fuese. Nunca sintió envidia de los alcaldes de capitales vecinas, siempre aprendía de ellos, sabiendo que la gente jaenera llega donde puede y nunca más arriba, conociendo que nuestro carácter es frío, apático, abandonado, insensible, pasota, poco arriesgado, amigo de esconder los valores o trasladarlos a la capital de España o de la región. Alfonso conoció y vió la historia de los señoritos de Jaén, que hablan hasta por los codos, prometen el oro y el moro, pero a la hora de la verdad, solamente, acuden a cobrar la aceituna de sus olivares que manos extranjeras recogen cada invernada. Descansa en paz, amigo Alfonso. Dios te conceda el descanso eterno que tanto te ganaste a pulso siendo el mejor alcalde de un Jaén y una España, que ahora busca, pero no encuentra, desea pero no sabe, anhela pero faltan políticos que nos saquen del marasmo de una noche de niebla que dura cinco años. Y lo que te rondaré morena.
Tomás de la Torre Lendínez