No se puede entender el estudio actual de Santa Teresa de Jesús sin el padre Tomás Álvarez. Su aportación al ámbito del teresianismo es única en la historia. Pero detrás de este trabajo intelectual hay un padre, un maestro y un padrino.

El padre Tomás Álvarez Fernández, OCD (fray Tomás de la Cruz, 1923-2018) falleció el pasado 27 de julio. Era uno de los mayores especialistas del mundo en Santa Teresa de Jesús. Fue durante treinta años (1948-1978) profesor en la Facultad de Teología de los Carmelitas en Roma (Teresianum) y luego en Burgos (1979-2018). Restauró e hizo una edición crítica de Camino de perfección y Castillo interior y dirigió la Positio que preparó la proclamación de Santa Teresa como Doctora de la Iglesia por parte de Pablo VI en 1970. Para el V Centenario del nacimiento de la santa (2015) llevó a cabo una investigación exhaustiva de las cartas y de todos sus manuscritos autógrafos, que se conservan en El Escorial (más de 1.000 páginas).

El padre Tomás abrió su corazón al mío como un padre a su hijo, así como por mi parte de hijo a un padre. ¡Cuántas confidencias! ¡Cuántas alegrías! ¡Cuántas advertencias! Eso ha sido de verdad un relación de padre e hijo. Desde que nos conocimos, cuando era un postulante que daba sus primeros pasos en el Carmelo Descalzo he tenido al padre Tomás como un padre que cuida de su hijo y lo ve crecer, lo cuida, lo alienta y espera la vuelta cuando se va de casa porque es destinado a otro convento.

También hemos compartido muchas horas de trabajo sobre los manuscritos teresianos, hemos viajado juntos y estudiado él, por última vez, y quien suscribe, por primera vez, los libros originales de Santa Teresa que se encuentran en El Escorial. No puedo olvidar otras rutas más íntimas a Madrid con su familia, o a su querido Acebedo (León), donde vio la luz por primera vez ante la majestuosidad de los Picos de Europa, o su última visita a Ávila, entre otras.

Al igual que recorrimos diversos lugares, también hemos caminado juntos en la vida espiritual como hijos de Santa Teresa de Jesús. Rezar con él o concelebrar a diario en la capilla de Burgos me demostraba su vida interior y a la vez conocía al verdadero padre Tomás: humilde, sencillo, atento, cariñoso, y sobre todo abierto al amor de Dios. El me regaló mucho; y por mi parte le pedí que me pusiera, junto al padre Eulogio Pacho (+), la casulla el día de la ordenación sacerdotal. No sé cuál de los tres tendría más alegría en su corazón.

Termino con el último encuentro entre los dos, no lo olvidaré en la vida: Burgos, 30 de junio de 2018, pasé a saludarlo y me habló como nunca lo había hecho y descubriendo cosas muy secretas de su corazón. Me confesé también con él y fue asimismo una confesión especial. Sentí que era la última vez que nos veíamos. Pienso que él también tuvo esta experiencia. El abrazo final lo dijo todo: intenso, prolongado y lleno de callado amor. Y así fue. Cuando lo visité en el hospital pocos días antes de entregar su vida a Dios (27 de julio), reconocí que era verdad lo que vivimos en ese abrazo de despedida.

¡Gracias, Tomás, gracias por tanto, pero sobre todo porque vas a seguir siendo mi padre, mi maestro, mi padrino! De mi y de todos.

Que se abran las puertas del cielo y goces para siempre de la eternidad.