Antes de entrar en materia, veamos qué nos dice el Diccionario de la Lengua Española sobre el concepto de Pedagogía: “Ciencia que se ocupa de la educación y la enseñanza” o, en su caso, “capacidad para enseñar o educar”. Pues bien, la Iglesia a lo largo de los siglos y en los cinco continentes, se ha dado a la tarea de formar, de acompañar a los(as) niños(as), adolescentes y jóvenes a través de colegios, facultades y universidades. Personajes como Juan Bautista de la Salle, José de Calasanz o Ana María Gómez Campos son nombres que saltan a la vista al recordar la responsabilidad de las escuelas católicas en la sociedad y el reto de hacer de ellas una serie de espacios marcados por la fe y la creatividad.
En el arduo proceso de la mejora continua, siempre aparece un dilema en torno a las instituciones educativas en general, pero de manera especial cuando se trata de obras relacionadas con congregaciones religiosas. Dicha situación parte de una pregunta, ¿mantenemos, minimizamos o eliminamos los esquemas estructurales en la praxis pedagógica? Por estructura, nos referimos a ciertos elementos como el escudo, el uso de tintas, conocer la historia de los fundadores o repetir de vez en cuando durante la mañana alguna jaculatoria. Actualmente, de parte de ciertos pedagogos, existe casi una guerra declarada a todo tipo de estructuras, apelando al hecho de que podrían eliminar la creatividad, además de destruir los avances (ciertamente, positivos) del constructivismo; sin embargo, cuando se ha optado por eliminar la dimensión estructural y/u organizada, el resultado ha estado marcado por el bajo rendimiento académico e incapacidad emocional por parte de los estudiantes. No obstante, con ello no respondemos a la pregunta inicial. En realidad, no se trata de aumentar o eliminar las estructuras, sino de reorientarlas, superando esa visión tan pesimista de que son la causa de todos los males, ya que en realidad resultan más positivas que negativas. Cuando decimos reorientar, de ninguna manera significa eliminar la historia del fundador (siempre que se trate de alguien ejemplar, pues de otra manera no debe proponerse como un modelo. Por fortuna, en la gran mayoría de los casos, se trata de hombres y mujeres que vivieron de modo coherente y alcanzaron la santidad), sino plantearla de acuerdo con la edad. Es decir, en vez de contar lo mismo en jardín de niños, primaria, secundaria y bachillerato, tomar un rasgo de su vida o faceta para cada nivel, de modo que la reflexión pueda ser más profunda y libre de meras repeticiones que aburren a cualquiera. Por ejemplo, se le puede pedir a los de preparatoria que diseñen en el centro de cómputo un logotipo para conmemorar algún aniversario de la fundación. El problema no son las estructuras, sino su planteamiento. Y eso es lo que debemos mejorar.
En cuanto a las jaculatorias, tienen su razón de ser. Se trata de pequeñas oraciones que, de manera práctica y no pesada, permiten elevar unos instantes la vida hacia Dios, ofreciéndole el trabajo escolar, lo cual, le da un sentido trascendente. Los que las critican, probablemente, no se han detenido en esto. Eso sí, hay que asegurarnos de que también los estudiantes comprendan las razones por las que se promueven o plantean.
Otro aspecto, es el de la disciplina. Debe darse en un ambiente de responsabilidad y diálogo. Es decir, encauzar la libertad y confiarles a los alumnos ciertas decisiones sobre sí mismos, considerando su edad y momento. Dicho de otra manera, “soltarlos poco a poco”. Ni rigidez, ni laxitud. Justamente en el equilibrio está el secreto de la pedagogía católica que, en medio del proceso de renovación por el que necesita pasar frente a instituciones de otro tipo que van acaparándolo todo (sin que su presencia sea algo malo o negativo), debe retomar, actualizar y relanzar.
La puntualidad, como parte de la estructura o el escudo en la línea de la identidad, son dos aspectos que enriquecen los factores diferenciales. En el primer caso, capacita para la vida, pues ser puntuales siempre será necesario. Por ejemplo, ante una junta o la necesidad de abordar un vuelo. Y, en el segundo, vivimos en un mundo gráfico y qué mejor que dentro de esa variedad de imágenes pueda presentarse la de un colegio comprometido con la evangelización, el alto rendimiento académico, el deporte, las bellas artes, la responsabilidad a favor de la transformación social que combata la pobreza y el cuidado del medio ambiente.
Dejemos de pensar que podemos vivir sin estructuras. El pensamiento lo requiere y el cuerpo también pues ayuda contar con una rutina. Eso sí, buscando innovar y sin conformismos aburridos. Lo estructural, por ejemplo, en las etapas de formación, tiene su razón de ser, pues brinda hábitos que más adelante serán necesarios. Ir en contra de lo anterior, solamente debilitará la acción educativa. De ahí la importancia de sopesar las cosas en clave de mejora, recordando que las estructuras, cuando tienen sentido, garantizan el flujo de la creatividad, pues solamente con disciplina surgen los talentos y la diversión, el gusto de aprender.