Varias dinámicas se muestran en el evangelio de este domingo de la pecadora perdonada:
La dinámica de la justicia divina. Porque justicia es lo que imparte Jesús, no solo para ella sino para todos. Para la mujer sorprendida en flagrante adulterio, porque es justo que tenga una segunda oportunidad. ¿Cuántas oportunidades nos gustaría tener a ti y a mí? Es cierto que Jesús no es condescendiente con el pecado, no excusa a la mujer, no es ambiguo dando lo malo por bueno. El pecado mata y destruye. Pero Jesús no aplasta a la persona, sino que la libera. Y es también justicia para los fariseos porque les da la oportunidad de convertirse, de hacer examen de conciencia y no condenar. Jesús es justo porque viene salvando, no condenando. Salva a la mujer de una muerte segura y legal, y salva a los fariseos de la responsabilidad de esa muerte.
La dinámica humana del corazón. Porque el pecado de la mujer es amar. Ella ha cometido adulterio porque busca el amor desesperada y desordenadamente. Pensando en ser amada, ha llegado a entregarse a un amor ilícito, provocando el sufrimiento y la vergüenza a su alrededor. A partir de ahora, el objetivo de su corazón cambiará y, liberada de esclavitudes afectivas que la enredaron hasta la muerte, se enganchará del que nunca defrauda y siempre libera, su salvador Jesús. Su corazón buscará el amor de Dios por encima de cualquier otro amor y no se contentará con menos. Ha sido rescatada, perdonada y amada. Ha sido redimida y salvada. Ha encontrado el amor.
La dinámica de la razón de los hijos justicieros de las piedras. Estos se agarran a la ley y la razón para condenar y hacer justicia. No conocen las dinámicas del amor y la piedad. Tienen un alto sentido de la justicia y del honor, pero no tienen empatía y cabalgan sobre las apariencias. Se creen mejores que los demás y piensan que la moral es una cuestión de esfuerzo y de mérito propio. Nunca son denunciados ni avergonzados y se creen por encima del bien y del mal. Pero sorprende, sin embargo, que ante la argumentación al centro de la lógica que les propone Jesús, todos reaccionan de una manera digna y humana, y se retiran sensatamente avergonzados.
Hoy en día es bastante inusual esto. La ¿cultura? Woke y de la cancelación, nos ha introducido de lleno en este ambiente farisaico de justicia rocosa, auspiciada por el anonimato y la masa, que en las redes sociales, maneja el mundo moral de nuestro tiempo. Con que uno solo de los fariseos le hubiera importado un pepino lo que dijera Jesús y, con una mano escondida, hubiera lanzado un proyectil sobre la mujer, le hubiera seguido el resto del grupo, enardecido, insatisfecho, justiciero y ávido de sangre. Lo que vivimos todos los días en este mundo de las redes y de millones de opiniones baratas, incultas e ignorantes que se atreven a dictar sentencia sobre cada uno de los detalles de la vida personal del vecino de al lado o dar lecciones de historia, de moral, de filosofía o de virtud. Por eso, los fariseos que estuvieron a punto de apedrear a aquella mujer adúltera en el confín del imperio romano, en una aldea insignificante, en un tiempo remoto, tenían más calidad humana y más conciencia moral que muchos de los insignes ciudadanos de hoy que se creen buenas personas, pero inundan las redes con sus nocivas y profundas ignorancias, obligando al mundo entero a doblar la rodilla frente a la apariencia de este mundo.
Seamos hijos del corazón y dejemos caer las piedras que apuntan hacia el otro, porque algún día caerán sobre nosotros. El que escupe para arriba, tarde o temprano le caerá encima. No participemos en este circo mediático de las redes y defendamos nuestra alma frente la murmuración, el cotilleo y la opinión (condenación) pública. Ni siquiera nos pronunciemos de forma condenatoria en nuestra vida diaria hacia ninguna persona que nos rodea y con la que convivimos. Defendamos la verdad pero sin matar al prójimo. El juicio es de Dios y solo a él pertenece.
“Sea vuestro lenguaje: “Sí, sí”; “no, no”: que lo que pasa de aquí viene del Maligno” (Mt 5, 37)
“Os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres darán cuenta en el día del Juicio” (Mt 12, 36)