El día 14 de septiembre la Iglesia celebra la exaltación de la Santa Cruz. Ponemos ante nuestros ojos el misterio de la entrega de Jesús por los suyos. En esta fiesta, traemos de nuevo al corazón el misterio de la cruz, por el que nos ha llegado la redención. En ella, ensalzamos y miramos la cruz que nos liberó del pecado y de la muerte, para darnos la vida. Miramos la cruz como el lugar de la entrega para que cada uno de nosotros tenga vida. La cruz que era un instrumento de condena se convierte por la entrega del Hijo, en signo de bendición para ti y para mí.

El Hijo de Dios sin dejar de ser Dios se despojó de su rango, y haciéndose hombre, se encarnó, tomo carne humana, ocultando la gloria de la divinidad. El que vivía junto al Padre desde siempre bajo a la tierra y se hizo uno de los nuestros, asumiendo todo lo nuestro, hasta la muerte, y una muerte en cruz, obedeciendo a la voluntad del Padre. El Hijo se hizo obediente hasta la muerte, para que nosotros podamos ser liberados del pecado, y podamos de nuevo llegar a Dios.

El Hijo de Dios ha sido elevado para que todos podamos volver al Padre. La gloria del Hijo es hacer la voluntad del Padre, y ha sido elevado en la cruz, para que todos tengamos vida eterna. Dios por amor nos ha enviado al Hijo, para que cada uno de nosotros podamos experimentar ese amor, y vivir como hijos de Dios. La vida que el Hijo nos ofrece, nos ayuda a vivir nuestro misterio de cruz, entregándonos a Él. Nuestra cruz se convierte en vida para los que nos rodean si con el Hijo nos entregamos a los demás. Nuestra cruz se convierte en signo de vida para nuestro prójimo si aceptamos la voluntad de Dios en nuestro día a día. Ya sea una cruz pequeña, o dificultad grande esta se hace don si vivimos unidos a la Cruz del Señor. Con Él la cruz se hace don para el otro. La cruz de cada uno que a veces nos cuesta llevar, unida a la cruz del Señor se hace un surtidor que salta hasta la vida eterna.

Con Cristo la cruz de cada día no se hace pesada sino que nos hace volar hacia Dios, uniendo nuestra existencia a él y aceptando su plan para cada uno. La cruz es como en el Hijo, un signo del amor de Dios para cada hombre, que desde la entrega personal, cada  uno de nosotros puede acercarse a Dios, y sentirse amado.

El Hijo por su entrega en la cruz viene a salvar al hombre y liberarle del pecado y del mal. Con la cruz, la muerte no tiene la última palabra, y es derrotada por la entrega del Hijo. En nosotros, la cruz también tiene un sentido de salvación, porque uniendo nuestra cruz a la del Señor, podemos ser instrumentos de redención para cada hombre. Y lo que para nosotros era de muerte se transforma en vida, y vida eterna para todos los que nos rodean.

La entrega del Hijo por cada hombre se hace presente en la Iglesia. El Hijo se entrega por la Iglesia, y por cada persona. Pero el hombre ha de acoger esa entrega del amor de Dios en su vida. Por ello, la cruz del Hijo que viene a redimir al hombre se hace patente cuando el hombre con su si acepta ese plan de salvación de Dios para su vida. Cada uno de nosotros puede experimentar en su vida la salvación cuando acoge la voluntad de Dios en su vida, y se une a la cruz de Cristo por la salvación de todos.

La entrega de Cristo por su Iglesia se hace patente en el misterio pascual, en la Cruz y en la Eucaristía. La cruz es el lugar de la entrega y donación de Cristo por toda la humanidad, es el lecho nupcial, donde acoge a la Iglesia en el baño de la sangre y el agua, signos de la Eucaristía y el Bautismo. La entrega en la cruz hace visible el misterio de Dios por el cual todo hombre puede entregarse a Cristo, en la Iglesia y para ella, sufriendo con ella y para ella. De este modo recibiendo y entregando todo al Padre, Jesús es capaz de entregar todo a la Iglesia, su Esposa, a la cual ama como a sí mismo. La Iglesia, cada uno de nosotros, nacemos del costado abierto de Cristo, dado a todos en su misterio pascual. Cristo es el esposo de cada uno de nosotros que nos dona su vida desde su corazón en la Cruz signo de su entrega por amor. La Cruz es signo del amor de Jesús para ti y para mí. Y quiere que hagamos también nosotros, de nuestra cruz un instrumento del amor de Dios por cada hombre. Nuestra cruz es signo de amor por cada uno desde el amor del Esposo que se entrega en la cruz.

Cristo en la cruz mediante su muerte va restaurar nuestra alianza con Dios para que podamos llevar su misma vida. Así la cruz nos ayuda a tener una vida oblativa en favor de nuestros hermanos. En la cruz Cristo hace una alianza nupcial con cada uno de nosotros e inaugura para cada persona una nueva forma de vivir.

En la Cruz celebramos la victoria de Cristo. Y por ello nuestra victoria. La cruz del Señor nos muestra la victoria de Cristo. Por eso la cruz no es un signo de muerte, sino signo de victoria que nos habla de resurrección. La Cruz del Señor es una cruz gloriosa, que nos muestra el amor y la vida de Dios. La Cruz nos habla de la gloria del Resucitado, porque en la cruz el Señor ha vencido a la muerte, y esta ha sido derrotada. Nuestra cruz unida a la de Jesús también se convierte en signo de victoria, porque cada cruz entregada nos abre al misterio de vida que el Señor nos ha dado. Hablar de nuestra muerte nos habla de nuestra resurrección. Y con Él podemos vivir ya como resucitados por la vida que él ha venido a darnos.

Belén Sotos Rodríguez