La frase no es mía, es de Elena Valenciano, secretaria pesoíta de política internacional, que una cosa así la puede decir alguien del pesoísmo vanguardista y progresista, pero lo dice otro y lo crucifican.

            Es el caso que anda la Sra. Valenciano indignada por la dificultad que el Gobierno español halla en la Unión Europea para hacer prosperar algo que, en principio, no debería haber tropezado con mayores dificultades, cual es la euroorden de protección de las víctimas de la violencia de género, que pretendía presentarse como el gran logro de una presidencia española que si por algo pasará a los anales de la Unión, es precisamente por eso, por la pobreza y ningunidad de sus resultados.

             Más allá de la eficacia que cabe esperar de medida tal –sinceramente, no creo que sean muchas las mujeres españolas que deban ser protegidas, pongo por caso, en Eslovaquia de los ataques de su marido español; más bien se trata, me parece, una vez más, de un brindis al sol de los que tanto gusta nuestro presidente y que tantos éxitos le ha cosechado en casa pero ninguno allende nuestras fronteras- lo que el fracaso representa, sobre todo, es la nulidad de la política exterior española y el escasísimo cariño que a nuestro gobierno se le tiene en las instituciones europeas. Un gobierno, el más desprestigiado de la Unión, al que sus socios no le regalan, hoy día, ni siquiera ese raquítico logro con el que sacar pecho de una presidencia tan inadvertida y prescindible como la española (¿Recuerdan aún Vds. los muchos eventos planetarios que estaba llamada a deparar?). Por lo que de haber sido yo la secretaria pesoíta de política exterior, más bien me habría callado para seguir pasando desapercibido, que haber dado la nota con tan estridentes manifestaciones que sólo escenifican la gran soledad española en el concierto europeo y la absoluta ineficiencia de su política exterior, carente de socios en el mundo más allá de aquellos con los que departe en el Eje Caracas-La Habana-Madrid, si es que a eso se le pueden llamar socios.

             Pero miren Vds. por donde, por una vez y sin que sirva de precedente, me voy a mostrar aunque sólo sea parcialmente de acuerdo con la Sra. Valenciano. Y le voy a decir más, Sra. Valenciano: no se vaya Vd. tan lejos ni se tome las molestias de traspasar la intrincada frontera pirenaica, quédese Vd. en España, laméntese Vd. de lo mismo, y háblenos de los nulos resultados de la legislación que pusieron Vds. en marcha sobre los malos tratos femeninos, cuyo resultado práctico no ha sido sino el aumento de los mismos. Porque problemas tan graves como el maltrato de mujeres, Sra. Valenciano, no se resuelven haciendo leyes tan aparatosas como ornamentales y populistas, sino atacando el verdadero foco del problema, con medidas globales que prestigien los instrumentos de orden público de los que legítimamente están dotados los estados democráticos y, sobre todo, con una ley de educación que vaya al fondo de la cuestión: la falta de principios y valores que atenaza al sistema educativo español. Algo, el fracaso de nuestro sistema escolar, que Vds., Sra. Valenciano, no quieren atajar, hecho evidente al que, mientras no nos den otra más plausible, sólo cabe dar una explicación: lo a gusto que se encuentran Vds. gobernando sobre una sociedad muelle a la que todo le importa un pito, y a la que las únicas energías que le restan, las dedica a votar a quien, como Vds., le dice que "no pasa nada porque todo les importe un pito".
 
            Pero no me voy a quedar aquí, Sra. Valenciano, porque no quiero hablarle sólo de los malos tratos que contra las mujeres cometen un número de hombres que, por otro lado y gracias a Dios, es ínfimo en el amplio universo varonil. Quiero hablarle también de los malos tratos que contra esas mismas mujeres, -y éstos sí, masivos-, comete un gobierno que fomenta entre sus jóvenes una sexualidad sin frenos ni limitación alguna, en la que todo vale y de cuyas consecuencias son víctimas, sobre todo, las mujeres, a las que luego se deja solas cuando tienen que afrontar sus indeseadas consecuencias. Una soledad, por cierto, Sra. Valenciano, que no parece molestar en modo alguno al pesoísmo en el que Vd. milita, cuando invitan a una niña de dieciséis años a la que, por otro lado, ni una cajetilla de tabaco le dejan comprar Vds., a abortar sin que ni siquiera le tenga que acompañar en tan penoso trance quien a esa edad aún lo es todo para un ser humano, sus padres. ¡Hace falta morro!
 
            A lo mejor era de eso de lo que nos quería hablar Vd. cuando se refería a vacas y a mujeres, ¿o no era eso, Sra. Valenciano?