El Evangelio del tercer domingo de Adviento nos relata el episodio de la Anunciación. María recibe el mensaje de Dios por medio del Ángel. Los ángeles siempre han actuado como mensajeros entre Dios y los seres humanos. María había sido concebida para una inmensa misión: ser la madre de Cristo, Dios hecho hombre. Dios no desea imponer su Voluntad, sino que nosotros nos unamos a ella con toda la voluntad humana de la que seamos capaces. Por eso el anuncio de ángel es un ejemplo precioso de cómo espera Dios que actuemos ante sus designios.

Ved la humildad de la Virgen, ved su devoción. Prosigue, pues: "Y dijo María: He aquí la sierva del Señor". Se llama sierva la que es elegida como Madre, y no se enorgullece con una promesa tan inesperada. Porque la que había de dar a luz al manso y al humilde, debió ella misma manifestarse humilde. Llamándose también a sí misma sierva, no se apropió la prerrogativa de una gracia tan especial, porque hacía lo que se le mandaba. Por ello sigue: "Hágase en mí según tu palabra". Tienes el obsequio, ves el voto. "He aquí la sierva del Señor", es su disposición a cumplir con su oficio. "Hágase en mí según tu palabra", es el deseo que concibe. (San Ambrosio de Milán. Tomado de la Catena Aurea Lc 1, 36-38)

María es la Llena de Gracia, Vaso de insigne devoción y Arca de la Alianza. María tiene muchas funciones ligadas a la misericordia de Dios, pero una de las más importantes es ser Auxilio de los pecadores. Pecadores somos todos, por lo que ella ofrece auxilio a nuestra naturaleza rota y limitada. También es un ejemplo a seguir por todos nosotros. Ejemplo de humildad, docilidad y tenacidad. La vida de la Virgen fue dura. Su templanza nos indica que no debemos dejar de tener esperanza en Dios.

María aceptó la Voluntad de Dios con una frase sencilla y llena de inspiración divina: "He aquí la sierva del Señor. Hágase en mí según tu palabra". María se reconoce por ser servidora de la Voluntad de Dios. Servidora que acepta el camino trazado por voluntad propia, evidenciando que la Gracia palpita en ella. ¿Quién de nosotros no teme firmar un “cheque en blanco” del nivel del que la Virgen firmó. De atrevernos a dar un Sí, nos temblarán las piernas.

Ser sierva o servidora de la Voluntad de Dios implica aceptar que su sentido es convertirse en herramienta ideal en las manos de Dios. Dios sabe afilar y limpiar sus herramientas para que sean efectivas. Este afilado y limpieza implica dolor y benevolente resignación. Nada de orgullo y soberbia. Saberse servidor de Dios es tan sólo aceptar que somos humildes herramientas que cobramos sentido cuando somos utilizados por las manos divinas.

Si somos sinceros, aceptaremos que estamos muy lejos de estar llenos de gracia, como lo estaba la virgen. Como mucho, tenemos destellos de gracia que nos guían por la vida. Somos incapaces de someternos tan profundamente a la Voluntad de Dios, porque nuestra soberbia nos impide abajarnos hasta lo que realmente somos. Nada somos sin Cristo y sin él nada podemos. ¿Por qué nos cuesta tanto aceptar esto y vivir una vida sencilla y santa. Las tentaciones nos restan capacidad de negarnos a nosotros mismos, tomar la cruz personal y andar detrás de Cristo. Pero no nos abatamos. María va delante de nosotros, la primera de la fila de seguidores y lo hace con tanta humildad, que su ejemplo brilla más que mil soles. ¿Qué podemos hacer? Seguirla e imitarla. No dejar de ver en María el signo divino de la misericordia.