No en vano, reserva palabras durísimas a los jueces que no dictan sentencias rectas, pues su labor en discernir el bien del mal es fundamental para el bien individual y común. Esta introducción no es para hablar de ningún juez español, aunque quizás hubiese ocasión para hacerlo, pero como en ese caso sería meterse en politiqueos que intento evitar, prefiero no hablar de los jueces de nuestra patria sino de otros de tierras más lejanas, también para que quizás nos sirva de consuelo, viendo que, como se suele decir, en todos sitios cuecen habas, y que por el mundo lo hay peor que lo que tenemos aquí.
Son tres casos aparecidos recientemente en la prensa, todos referentes a decisiones judiciales que tienen que ver con la religión y en los que, según mi modesta opinión, los jueces se han metido donde no les correspondía, y con ello, y con este meterse han sacado (valga el juego de palabras) los pies del plato. Lo malo es que en este meter y sacar no es fácil dejar de ver la mala intención…
El primer caso ha sido clamoroso, disparatado donde los haya, y la cosa sigue sin arreglarse. Se trata de un juzgado de Oregon, que ha recurrido a americana para pedir que se considere al Papa responsable por los casos de pedofilia de curas y sus correspondientes errores cometidos por los obispos de aquel país. El caso es parecido a otro que también sigue abierto, de un juzgado de Kentucky (donde el pollo frito) que quiere procesar a Benedicto XVI por considerarle director general de la empresa a la que “pertenecían” los curas pedófilos. Hasta el gobierno Obama, abochornado, ha tenido que mandar al fiscal general a para defender la inmunidad del Papa.
Por otro lado, lo de considerar al Papa como director general de una empresa, en la que los obispos y sacerdotes seríamos los empleados, es un tal despropósito, hasta para los no creyentes, que delata no desconocimiento sino mala intención. Eso no se le ocurre ni al Willy Toledo, experto en excentricidades. Es como considerar al Dalai Lama un empresario de los de junta general de accionistas y participación en los beneficios a final de año, y a los monjes budistas sus empleados. No hace falta ser budista ni conocer el mundo budista, ni siquiera tener una gran sensibilidad religiosa, para darse cuenta de la tergiversación de tal imagen.
Pues seguimos en Estados Unidos, concretamente en Chicago, donde un juez que tenía que dictaminar sobre la custodia de un hijo ha tomado una decisión salomónica pero sin la sabiduría de Salomón (que no es un don concedido a todos). El hijo, de un padre hispanoamericano católico y una madre judía ortodoxa, ha quedado en manos de la madre, y para que el padre pueda ver a la criatura, el juez ha tenido la ocurrencia de dictaminar lo siguiente: Siempre que esté en casa del padre, hay que alimentarlo –también cuando crezca, hasta la mayoría de edad- con dieta kosher, esto es, comida estrictamente judía. El marido, que se ha casado con otra hispana, también católica, no podrá dar de comer nunca a su hijo ningún plato hispano, solo comida judía, so pena de no volver a ver a su hijo.
Ahí no queda la cosa, además la nueva familia del padre debe asegurar al niño el ir a la sinagoga cada sábado cuando esté con ellos (lo de del domingo, ni pensarlo, a la madre del niño le puede dar una taquicardia) y observar las prescripciones de dicha festividad semanal en el modo en que lo hacen los judíos ortodoxos, con lo que ni si quiera se lo pueden llevar de paseo en sábado ni a hacer deporte. El padre aguanta el tipo, pero la nueva mujer debe estar que trina. Vaya, de traca.
Muy lejos de aquellas tierras, concretamente en Egipto, un juez ha dictaminado que los matrimonios cristianos coptos tienen derecho a divorciarse y volverse a casar otra vez. Hasta aquí la cosa no parece extraña, nada que no conozcamos en nuestro país. El problema es que la cosa no queda allí: En Egipto, por ley, todo matrimonio ha de ser solemnizado con una ceremonia religiosa. Por lo que, según la decisión del tribunal el 10% de la población, que son coptos, podrán volver a casarse “por ” todas las veces que quieran divorciarse.
Como puede imaginarse, los jefes espirituales de copta, concretamente el Patriarca Shenouda, ha puesto el grito en el cielo, diciendo que no hay ningún juez que les pueda obligar a separar lo que Dios ha unido (separar, al menos desde el punto de vista eclesiástico, civilmente es otro cantar), y que no piensan obedecer a tal desatinado dictamen. Por lo que en el futuro, la ya sufrida iglesia copta puede sufrir todavía más en aquellas tierras.
Casos como estos no faltan, aunque sin duda son muchísimos más aquellos en los que los jueces toman decisiones justas y necesarias. De todas formas, cuando insiste tanto y con tal dureza en la condena de los jueces injustos, por algo será. Y lo dice uno, el abajo firmante, que pertenece al gremio, pues es juez. Eclesiástico, pero juez.