La lepra ha sido una enfermedad maldita durante siglos. Basta leer los evangelios para conocer cómo dichos enfermos eran tratados: exclusión social, dolor, hambre, soledad. En Lucas 17, 15 se nos narra cómo Jesús cura a diez leprosos y solo uno de ellos volvió glorificando a Dios y dando gracias.
Me pregunto si ese noventa por ciento de desagradecidos sigue siendo una constante de nuestra sociedad. Como no tengo datos estadísticos, mi percepción personal es que el porcentaje de desagradecidos ha aumentado y con ello el nivel de desazón y tristeza en la sociedad. Se diría que solo cotizan las malas noticias y las quejas constantes sin saber saborear y agradecer lo mucho que tenemos.
El agradecimiento está cada vez más ausente, así como su expresión, la palabra gracias que cuesta tan poco decir, pero que genera siempre unas gotas de felicidad en quien las pronuncia, si son sinceras, y mucho más en quien las recibe.
“De bien nacidos es ser agradecidos”, dice un dicho popular y se convirtió en un precepto de toda buena educación. Tanto es así que la palabra gracias era una de las primeras que se enseñaban a los niños.
Sobran en la sociedad, en las relaciones personales, familiares, profesionales, actitudes encrespadas, tristes, amargadas que generan un ambiente tóxico donde la alegría brilla por su ausencia. Por el contrario, faltan las caras alegres que muestren agradecimiento por tantas cosas como recibimos y que en absoluto hemos merecido. No sabemos valorar lo que tenemos porque seguramente lo hemos conseguido de forma gratuita, sin valorar el esfuerzo que ha supuesto para otros conseguirlo: desde la comida que nos servimos cada día, hasta el estado de bienestar que gozamos.
Creemos que tenemos derecho a todo y ningún deber. Así nos lo dicen los políticos en un uso demagógico permanente, así lo enseñamos en la escuela y educamos en la familia. El resultado no es un niño o un ciudadano feliz y agradecido, sino todo lo contrario: un ser insoportable, en permanente queja y enfado consigo mismo y con los demás.
La ilusión, la mayor satisfacción de los educadores, ya sean padres o maestros, es ver a felices a sus hijos o alumnos. Muchas veces vemos cómo lo tienen todo: inteligencia, medios… y, sin embargo, están en una permanente desazón y tristeza. Tal vez les falte esos granos de sal que dan la alegría a la vida: ser agradecidos, conscientes de lo mucho que tienen y deben a los demás.
Dar las gracias es, en primer lugar, un acto de justicia, el reconocimiento de lo que otros han hecho -ya sea una persona concreta, conocida o anónima, un colectivo o las generaciones anteriores-, frecuentemente olvidadas.
Dar las gracias produce felicidad en quien las recibe. A veces es la única satisfacción que podemos dar. Está al alcance de cualquiera y no requiere más que una actitud de reconocimiento.
Dar las gracias genera alegría en quien las da. La psicología actual confirma los beneficios que tiene en el bienestar físico, mental y social. Dar gracias a la vida, a los demás es disfrutar de lo que se tiene en lugar de amargarse por lo que falta.
Dar gracias es una ayuda constante para la reflexión, una vacuna contra la queja, la avaricia, la codicia, la envidia, la soberbia o la grosería.
Como decía Cicerón: “La gratitud no es solo la más grande de las virtudes, sino también la madre de todas las demás." Aumenta la sensibilidad ante los detalles, la riqueza y finura espiritual, la generosidad, la austeridad, la resistencia ante las dificultades, fomenta la humildad, la caridad y como consecuencia, la alegría de vivir.
Eduquemos con el ejemplo, seamos conscientes de lo mucho que tenemos, de la propia vida, de la salud, del amor, de la paz… esos bienes que sólo se valoran cuando se pierden. Agradezcamos lo que recibimos habitualmente de los demás, desde la más sencilla comida de cada día, hasta los más complicados sistemas de enseñanza o de transporte y tendremos un primer motivo para estar feliz.
Si queremos hacer felices a nuestros hijos o alumnos hay que enseñarles a ser conscientes y agradecidos por los bienes que les rodean, gracias siempre al esfuerzo generoso y, muchas veces escondido, de otros. Seres que tienen nombres y apellidos: una madre, un maestro, un barrendero, un gestor o un político que a pesar de la ingratitud es capaz de seguir esforzándose por hacer bien las cosas.
Por último, no olvidemos, que para el cristiano la acción de gracias es una constante en el evangelio como nos lo enseña el mismo Jesús en numerosas ocasiones: Te doy gracias Padre… y especialmente al instituir el sacramento de la Eucaristía.
En definitiva, fomentemos el agradecimiento y su expresión más clásica, dar las gracias. Tenemos demasiados motivos para ello y, además, genera felicidad.
P.D.- Para profundizar y sentir el agradecimiento, les recomiendo que lean o escuchen las letras de las siguientes canciones: “Gracias a la vida, que me ha dado tanto…” o, en una dimensión más espiritual, “Gracias Señor por tus misericordias, que me cercan en número mayor…”. Basta poner esos primeros versos en el buscador de su ordenador, y podrán disfrutar de ellas.