Nació muerta, con tres bultos en la cabeza, y lesiones en el corazón y en la columna vertebral. El pediatra de la sala de partos dudaba en reanimarla porque iba a crecer con deficiencias seguras. Un desprendimiento de placenta hizo que el bebé naciera así, sin que nadie se lo esperara. La madre, después de una cesárea sin anestesia, estaba inhábil; así que la responsabilidad cayó sobre el padre, a quien el médico preguntaba si valía la pena reanimarla. Él se inclinaba a no hacerlo. El padre, sobreponiéndose como podía al shock, pudo reaccionar "¿qué me preguntan...? ¡claro, reanímenla!"
Entre tanto una llamada de un buen amigo suyo... Le cuenta lo acaecido, y éste, persona de fe vinculada a la Renovación Carismática, le dice que se va a rezar enseguida con su grupo de oración. Mi amigo, el padre, se abandonó a la oración de su amigo.
Pasados diez minutos el amigo le vuelve a llamar y, contra todo pronóstico, le dice: "El martes estará en casa, y además la veo rubita y con ricitos."
Entretanto el padre intenta comunicarse con un médico hostil y ateo:
"Mire, mi amigo me ha llamado y dice que el martes estará bien..."
Entonces el médico se enfadó:
"Mire, aquí el médico soy yo y su hija, si sobrevive, tiene 99% de posibilidades de quedar deficiente, y 70-80% de no pasar de esta semana."
A la mañana siguiente, el médico amaneció tembloroso, no quería mirar al padre. "¿Qué pasa?" preguntaba éste.
"No puedo hablar. Han desaparecido los bultos, las malformaciones, las heridas del corazón y la columna... Le estoy repitiendo pruebas y está bien."
Llegó el martes, y tras realizarle repetidamete las pruebas pertinentes para comprobar que no tenía secuelas, Fabiola entró en su casa, sana y feliz.
En el hospital la llamaban la niña-milagro; a los padres, del médico que les atendió ese fin de semana sólo les ha quedado el mal recuerdo, pues no han sabido más de él.
Lo que ahora tienen es una niña, la tercera, sana como una manzana, rubia y con ricitos...
Y un hermoso camino de fe para recorrer. A través de Fabiola Dios irrumpió en sus vidas de forma extraordinaria. Les habló de su poder y de la fuerza inmensa de la oración confiada. Para ellos, ver que su hija amanece un día tras otro se ha convertido en una oración de alabanza.
El médico, que pudo prácticamente tocar el milagro y le volvió la espalda, me habla de la compleja naturaleza humana, del corazón del hombre cerrado a Dios. Ojalá algún día le vuelva el recuerdo de este acontecimiento a su corazón, y actúe como una piedra de toque en su vida.
Esto ocurrió hace dos años y medio, en un hospital de Madrid. Es un milagro con nombre y apellidos.