El Señor los alimentó con flor de harina y los sació con miel silvestre (Sal 81(80),17).En este versículo del salterio, resuena el cántico de Moisés en el libro del Deuteronomio (cf. Dt 32,13). Antes de entrar en la tierra prometida, el caudillo israelita recuerda que fue el Señor quien alimento al pueblo que se había elegido, que había formado y configurado. La bondad del pasado, presente por la memoria, ha de ser también compañera en el viaje para que el pueblo no confunda su camino, para que no se extravíe por su soberbia.
En el salmo, de donde se toma la antífona, también está en ambiente festivo presente el éxodo. En este caso, la experiencia muestra que lo que barruntaba Moisés ha tenido lugar, Israel ha preferido otros dioses. Pero el Señor, siempre fiel y misericordioso, está dispuesto a seguir cuidándolo, si se deja.
En nuestra celebración, convergen también estos motivos, pero con la profundidad de la Nueva Alianza. Un pueblo elegido, formado y cuidado por Dios. Un pueblo peregrino. La Eucaristía es el lugar en que se ha gestado ese nuevo pueblo y es también su alimento. Cada celebración es recuerdo, presencia y promesa de bondad divina; y, al mismo tiempo, llamada a la humildad, al recuerdo de la propia pequeñez, al arrepentimiento y a la esperanza en Dios para seguir caminando.
[Comentario a la antífona de comunión]