Ayer he pasado el día en el mejor lugar en el que ayer se podía estar: Toledo, donde he quedado impresionado por la magnificencia y el esplendor de la procesión del Corpus Christi, y eso que la presente edición era muy especial para los toledanos. Por varias razones. La primera porque después de varios años de celebrarse en Toledo tanto el jueves como el domingo duplicando la festividad, este año el Cardenal Primado de España y Arzobispo de Toledo D. Braulio Rodríguez ha decidido, con muy buen criterio a mi entender, que a partir de ahora la procesión se celebre sólo el jueves, respetando una tradición varias veces centenaria.
 
            Muy especial también, porque las excepcionales circunstancias que vienen rodeando a este tipo de manifestaciones populares desde que estamos gobernados por unos señores a los que cualquiera de las expresiones que nos identifican y nos diferencian como españoles le irritan más que una erisipela, hacen que el pueblo llano se vuelque en ellas con una devoción y un cariño que son inusitados y mayores cada vez.
 
            Y muy especial, por último, por el detalle con el que ha tenido a bien obsequiarnos ayer la Ministra de Defensa, cuya procedencia del mundo del nacionalismo antiespañol y su aversión por los símbolos nacionales y religiosos y hasta de la misma institución sobre la que gobierna, si alguna vez los pudo disimular, son cada vez más patentes. Ayer, presa de un fanatismo antimilitar y antiespañol indignos siempre, pero más aún en quien acepta la sagrada responsabilidad de la defensa nacional, hasta se permitió engañar a uno de sus correligionarios, el Presidente de Castilla-La Mancha, Sr. Barreda, -uno de los grandes valores, no querría equivocarme, del pesoísmo- a quien  pocas horas antes de celebrarse la procesión, hizo quedar en ridículo dejándole declarar que el Corpus Christi acontecería con toda normalidad, es decir, como siempre se ha hecho, con los honores que corresponden a ceremonia tal y rendidos por quien ha de hacerlo, porque así se lo había garantizado la ministra.
 
            Pues bien, no. Lamentablemente no fue así.
 
            Ayer en Toledo estuvimos todos menos la bandera, -algo que ocurría por primera vez desde que la bandera es tal-, la cual fue muy reclamada por el público que abarrotaba las calles y balcones toledanos y gritaba “¡Viva la bandera española!”, “¡Viva España!”, al tiempo que desagraviaba al ejército al grito de "¡Viva el ejército español!"
 
            La Academia de Infantería desfiló, pero, muy a su pesar, -hay en Toledo quien no ha podido dormir por el disgusto- ni lo hizo con la bandera nacional, ni pudo rendir honores al Santísimo, y eso que, según se cuenta por los mentideros de la imperial capital, -tome Vd. nota, Sra. Ministra- en la lista de voluntarios que preceptivamente se coloca en los cuarteles para que se apunten los que deseen participar en este tipo de actos, firmó desde el primero hasta el último, y allí no había ya ni creyentes ni no creyentes, sino gente de buena voluntad cansada de tanta cacicada y de tanta ofensa gratuita.
 
            El himno se tocó, ya lo creo que se tocó, pero para agravio y vilipendio de la ministra y sólo de la ministra, no lo hizo la Academia de Infantería, como lo viene haciendo desde que la Marcha Real es el himno nacional, sino la Banda Municipal que, por cierto, puso en ello tanto empeño y lo hizo tan bien, que el público, tan ansioso de premiárselo como de afear el gesto a la ministra, prorrumpió en una salva de aplausos como nunca se había oído en Toledo, donde al himno, cuando tocado en circunstancias normales, se lo saluda con el silencio que la ocasión exige.
 
            Ayer en Toledo, las hermandades y cofradías toledanas, la Hermandad del Santísimo Cristo del Calvario, la Hermandad del Santísimo Cristo de la Vega, la Cofradía Internacional de Investigadores del Santo Cristo de la Oliva, el Capítulo de Caballeros Mozárabes, el Capítulo de Infanzones de Illescas, el Capítulo de Caballeros del Corpus Christi, y tantas otras, adornaron como siempre con su presencia y su devoción las calles toledanas. Confieso mi predilección por el Capítulo de Caballeros del Santo Sepulcro, donde tan buenos amigos tengo, el cual, ataviado con su tradicional manto blanco con la gran cruz potenzada de Jerusalén en rojo sobre el brazo izquierdo, fue ayer el que con más caballeros desfiló, haciéndolo con más de lo que lo había hecho nunca.
 
            Nada tendría de particular que el año que viene, -tome Vd. nota una vez más, Sra. Ministra-, las cofradías decidan suplir su absoluta falta de lealtad para con la patria a la que Vd, sirve -y de la que Vd. cobra-, e inundar las calles de Toledo con la misma bandera a la que, tal día como hoy, para su vergüenza y su oprobio y sólo los suyos, agravió Vd. imipidiéndole el homenaje de unos ciudadanos, entre los que también me cuento, que nunca se lo van, -que nunca se lo vamos-, a perdonar, Sra. Ministra. Ha rozado Vd. el listón de la total indignidad.