El pasaje evangélico de este sábado puede ser interpretado desde diversos puntos de vista. Lo habitual es pensar en la ceguera de los Saduceos y en la capacidad de Cristo para señalarles el verdadero entendimiento de las escrituras. Sin duda esto es importante, pero también es importante que Cristo nos recuerde que Dios “no es un Dios de muertos, sino de vivientes”. Los Saduceos utilizaban ley de Moisés para interpretar la Palabra de Dios. ¿No deberíamos hacer todo lo contrario? Tomar la Ley de Dios para comprender todo lo que nos rodea, humano, natural o sobrenatural.
No os lo imaginéis [a Dios sólo] como si fuera un artesano que compone, ordena, inventa, pule y repule; ni tampoco como un emperador sentado en el trono real, brillante y engalanado y creando por real decreto. Quebrantad los ídolos de vuestros corazones; prestad atención a lo que se dijo a Moisés cuando preguntó cuál era el nombre de Dios: Yo Soy el que Soy. Todo cuanto es, en comparación con Él, es como si no fuera. Lo que realmente Es, desconoce cualquier clase de mutación. (San Agustín, Sermón 223A, 5)
Todo lo humano (nuestras leyes por ejemplo), está sometido a constante mutación, cambio, moda, tendencia, ideología, etc. Con el tiempo, sólo nuestra naturaleza permanece tal como fue creada por Dios. ¿Por qué? Porque la Voluntad de Dios es que sea sí. La Gracia de Dios mejora le herida del pecado original, pero no es Voluntad de Dios que desaparezca. Sólo la Santísima Virgen nació sin ese lastre en su naturaleza. Ella es la “llena de Gracia”. Nosotros, sólo somos humildes mendigos de la Gracia de Dios.
Actualmente vivimos una etapa social en la que las leyes humanas están siendo revisadas con el objetivo de borrar toda pista del designio del Creador. El ser humano desea emanciparse y vivir sin Dios. Desde Adán y Eva queremos ser como Dios y nada bueno hemos conseguido por este camino. Desde Adán y Eva, nos creemos capaces de llegar a Dios y superarlo, mediante nuestras fuerzas y voluntades humanas. Para ello construimos más y más Torres de Babel. Torres que terminan creando división entre nosotros y cayendo destruidas. Miremos qué causa división y encontraremos, una tras otra, las Torres de Babel que nos separan y alejan. Busquemos lo que nos une y reúne. Lo que nos liga y religa. La Unidad la encontramos en el Camino, la Verdad y la Vida, que Cristo nos ha señalado.
Los Saduceos se dieron cuenta de su error. ¿Somos capaces nosotros de darnos cuenta de nuestros errores? Esta es la gran pregunta que deberíamos hacernos de vez en cuando. Si no nos damos cuenta de nuestros errores ¿Cómo vamos a pedir misericordia a Dios? Si nos enorgullecemos de nuestra ceguera y la lepra que llevamos con nosotros, no podremos gritar: “Hijo de David, ten misericordia de nosotros".
Ya estamos muy cerca del inicio del Adviento. Tiempo de preparación para celebrar que Dios ha nacido entre nosotros. La Estrella de Belén ya está esperando que nos fijemos en ella y la sigamos. Los Magos de Oriente fueron capaces de mirar al cielo con esperanza y dejarse conducir por los signos que Dios utiliza para guiarnos. Como nos indica San Agustín: “Quebrantad los ídolos de vuestros corazones; prestad atención” a la Palabra al Logos de Dios. Se acerca el tiempo de quemar internamente todos los ídolos humanos que nos separan. Dios es Dios de vivos, no de muertos. No lo olvidemos.