no es escribir un poema perfecto,
ni siquiera una novela –que siempre tendría más eco.
Tampoco llegar a viejo
rodeado de una inmensa biblioteca
y de nietos pluscuamperfectos.
O emparentar con ricos prebostes de ensueño
que me regalaran un pequeño cuadro de Tintoretto,
o la elegante caligrafía de un apunte de Amado Nervo
(que conoció a Verlaine y murió triste en Montevideo).
El sueño de mi vida no es tener un chofer y doncellas
de cabellos como el trigo y ojos color cielo.
Ni ser visitado por la flor y nata del pensamiento europeo
o viajar en un gran velero hasta el último confín de la belleza.
¿Os lo digo? El sueño de mi vida ya lo poseo:
es el beso de Ana cada mañana,
cuando despierto.