Se produce la entrada triunfal de Jesús en su deseada Jerusalén en loor de multitud y todo el pueblo se echa a la calle a jalear al Mesías... El que dicen que es el Mesías, pero que más bien parece un modesto mercader de tres al cuarto, vendedor de pócimas del elixir de la juventud, sentado en ese apestoso pollino que va rebuznando y soltando bolas de excrementos por todo el empedrado. A todos les choca ese humilde aparato regio tan deslucido, pero desde el comienzo de su aparición en sociedad, el profeta siempre ha sido un poco extraño y excéntrico y, al fin y al cabo, están en fiestas y hay que sumarse a la algarabía general sin detenerse en detalles menores. Así, toda Jerusalén, desde el más chico al más viejo, aplaude y agasaja al potente hacedor de milagros. A ver cuántos y qué imposibles retos logra en estos días. Se avecina un Pesaj realmente apasionante.
Pero ya en la liturgia de la iglesia, se nos concede el spoiler del evangelio de la pasión en el mismo día de Ramos, que se repetirá en el viernes santo, cronológicamente, el momento adecuado para leerlo. Esto es para significar y dar relieve, no solo al destino de Jesús, tan diferente del esperado, sino para subrayar la actitud de la masa descerebrada, que unos días antes se dejaba la garganta cantando “Hosanna, Benito el que viene en el nombre del Señor” y días después, los mismos mediocres protagonistas escupen babas y odios gritando a pleno pulmón: “Crucifícalo”, mientras el indeciso Pilato se acobarda y se inquieta.
Los fariseos, saduceos, celotes y gente diversa, se unen para pedir el sacrificio de aquel que unos pocos días es recibido como su salvador, pero que rompe con todas las expectativas al dejarse apresar por Roma, no hacer ningún milagro, ser sometido como un vulgar delincuente y dejar al orgulloso pueblo de Israel por los suelos. ¿Quién quiere a un Mesías así? Es una vergüenza para su pueblo, una rémora, un fracaso. ¿Quién quiere seguir a un fracasado? Ahora, en el momento de la verdad, se ve realmente la verdadera esencia del embaucador, que les ha hecho soñar con la liberación de la pérfida Roma, y sin embargo aparece encadenado como un vulgar ratoncillo amedrentado a su merced. Rechazo, repulsión y asco. Eso es lo único que el vulgo puede sentir hacia ese barato nigromante. Eso es lo único que la plebe puede expresar hacia ese pseudo taumaturgo.
¿Y quién puede echarles en cara nada? Esperaban triunfo y les viene fracaso. Esperaban grandezas y no ven más que pobrezas. Esperaban venganzas y solo ven a un don nadie sometido. El poder de este mundo es el dinero, la fuerza, la violencia… Roma. Una vez más hay que claudicar.
Esta es una de las lecciones del domingo de Ramos. El hombre corriente y ordinario no entiende más allá de las apariencias de este mundo y es incapaz de profundizar en la segunda capa transcendente. Corriente y ordinario no quiere decir ignorante e iletrado, no tiene nada que ver con la intelectualidad o la cultura, sino con la insoportable mediocridad de almas de bajo alcance. Almas acomodaticias, ambiguas y mundanas que no ven más allá de sus intereses personales, políticos o económicos. Almas bienintencionadas que no ven más allá de lo material, lo ideológico o lo sentimental. Y la mediocridad no es un calificativo exclusivo del pasado, más bien, está de plena actualidad. Hoy, la insoportable mediocridad de nuestros dirigentes, a los que uno se resiste a llamar líderes, porque esa es una palabra demasiado grande para ellos; la insoportable mezquindad de políticos metidos a moralistas de barrio y psicólogos de pacotilla, la insoportable impersonalidad de la masa moldeable al son de sensaciones y pasiones; la insoportable levedad del ser humano ante la sociedad del bienestar; atacan de lleno tres elementos claves para que una sociedad sea sana: la verdad, la belleza y la misericordia.
En los tiempos de la posverdad, el relativismo y la subjetividad, ya no hay verdades absolutas que defender, por lo cual, ya no hay nada que defender colectivamente, a no ser que sea por un lavado de cerebro general. En la época de la posverdad, los derechos humanos se han convertido en derechos del más fuerte y la sociedad se ha convertido en una selva pintada de argumentos falaces. Algún día las serpientes que dejamos sueltas, nos morderán a todos y pagaremos el alto precio de no llamar verdad a la verdad. Empezando por reconocer que no somos dioses, ni dueños de la vida, ni amos de nuestro cuerpo, sino que debemos cuentas a un creador que nos otorgó un regalo que mal usamos al servicio de nuestras pasiones. Ya se lo preguntaba Pilato a Jesús: “Y cuál es la verdad?”.
En los tiempos del universal acceso a la información y la cultura, se da la paradoja de asomarnos a un mundo falto de belleza, escaso de grandeza y parco en originalidad. La belleza se confunde con lo obsceno, la grandeza con la fama y la originalidad con lo ridículo.
Y en los tiempos de la solidaridad, el respeto a la dignidad de la persona y la bondad innata del ser humano resulta que la misericordia y el perdón son rara avis. El rencor, el temor y el individualismo están llevando al hombre hacia una soledad existencial más horrenda que la muerte misma.
Vivimos tiempos recios, que diría Santa Teresa de Jesús, y tantos otros santos en sus correspondientes épocas, pero todos coincidirían en que la insoportable mediocridad del ser humano es la raíz de muchos males que nos aquejan y que la falta de sentido transcendente y la falta de Dios como horizonte moral, afectivo y psicológico es la madre de todas las enfermedades.
La sociedad del bienestar basada en el humanismo ateo y la revolución tecnológica está permanentemente amenazada por crisis económicas, pandemias y guerras y en lugar de hacérnoslo mirar, solo queremos salvar el cuello. El propio, porque el ajeno nos importa bien poco. Ya lo dice el refranero popular: “Ande yo caliente, ríase la gente” o “dame pan a Llámame tonto”.
Los hijos de las tinieblas son tan potentes como los hijos de la mediocridad les permiten serlo. Unos por otros, la casa sin barrer… y cada día más llena de polvo y bichos.
“Conozco tu conducta: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Ahora bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca. Tú dices: «Soy rico; me he enriquecido; nada me falta». Y no te das cuenta de que eres un desgraciado, digno de compasión, pobre, ciego y desnudo”. (Ap 3, 15-17)
“Oiréis también hablar de guerras y rumores de guerras. ¡Cuidado, no os alarméis! Porque eso es necesario que suceda, pero no es todavía el fin. Pues se levantará nación contra nación y reino contra reino, y habrá en diversos lugares hambre y terremotos. Todo esto será el comienzo de los dolores de alumbramiento. «Entonces os entregarán a la tortura y os matarán, y seréis odiados de todas las naciones por causa de mi nombre. Muchos se escandalizarán entonces y se traicionarán y odiarán mutuamente. Surgirán muchos falsos profetas, que engañarán a muchos. Y al crecer cada vez más la iniquidad, la caridad de la mayoría se enfriará. Pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará” (Mt 24, 6-13)