Jesús fue embrión y luego feto, antes de nacer en Belén. Como cualquier otro ser humano, fue pasando por las disferentes fases de desarrollo. Ahora bien, hay un momento en el que, a pesar de que exteriormente aún no le pueden ver quienes le rodean, se manifiesta con claridad: es el momento del encuentro entre la Virgen María y su prima Santa Isabel.
Ambas están encintas, la una del Mesías, la otra de su Precursor, Juan el Bautista. El Evangelio de San Lucas lo narra así:
"Por aquellos días, María se levantó y marchó deprisa a la montaña, a una ciudad de Judá; y entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y cuando oyó Isabel el saludo de María, el niño saltó en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando en voz alta, dijo:
-Bendita tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. ¿De dónde a mí tanto bien, que venga la madre de mi Señor a visitarme? Pues en cuanto llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno; y bienaventurada tú, que has creído, porque se cumplirán las cosas que se te han dicho de parte del Señor. (Lc 1, 39-45)"
Juan el Bautista detecta la presencia del Salvador y salta de gozo en el seno de su madre. Se establece así una comunicación, una reacción, entre dos niños aún no nacidos, dos fetos, que no son para nada un amasijo de células, sino dos seres humanos que reaccionan como tales.
Esto se representó iconográficamente durante la Edad Media de modo muy gráfico e incluso realista (como se advierte en la segunda y tercera imágenes), algo muy coherente con nuestra fe, que no es abstracción sino algo muy concreto y real: Dios hecho carne en un momento determinado de la Historia.
La primera imagen proviene del frontal de 1410 conservado en el Museo de artes aplicadas de Frankfurt y muestra a Juan de rodillas ante la presencia de un Jesús nonato pero ya rey.
La segunda es de estilo flamenco y se encuentra en Madrid, en el museo Lázaro Galdiano.
Esta tercera, de la que desconozco el origen, vuelve a mostrar a Jesús Rey y a Juan Bautista arrodillado, si bien muestra la placenta. ¡Precioso realismo cristiano!