Una deferencia que la Providencia ha tenido con uno

El padre Teodoro Toni, sj escribe finalmente en Las dos banderas (En Torrijos y Talavera), páginas 99-100:

«Llegó el día 6 de agosto. Era el cumpleaños de su esposa, doña Ángeles Martínez. Con objeto de felicitarla le escribió don Víctor desde la cárcel una carta sentida. Nos interesa copiar de ella el siguiente párrafo:

Mis queridos Ángeles e hijos:

Como puedes comprender, no puedo olvidar la fecha de hoy, y por eso, y aunque parece un absurdo, he de decirte que si, en efecto, mirando a la tierra no puede haber felicidad, es muy posible que la Providencia nos haya puesto en el primer jalón para algún día, (quizá no lejano), poderla alcanzar. No os preocupéis por mí. Hace ya días estoy de preparación y meditación, y si recordamos que muchos fueron llamados y pocos los escogidos, ¡quién sabe si estaré en turno y esto sea una deferencia que la Providencia ha tenido con uno! ¡Más sufrió Él por nosotros! De salud sigo bien… Víctor.

El día en que podría alcanzar la felicidad ultraterrena no estaba, ciertamente, muy lejano. La Providencia de Dios tenía dispuesta que aquella misma noche fuera sacrificado. En efecto, le fusilaron el 6 de agosto de 1936. Dejaba ocho hijos».

Bajo estás líneas, el lugar donde se recogieron los cadáveres.

Tras narrar la vida del beato Saturnino Ortega Montealegre leemos en las últimas páginas 165-166:

«Con el Arcipreste habían sacado de la cárcel, al intento de hacerles correr iguales penas en el calvario, a don Eugenio Cerro y a don Víctor Benito. Era este padre de muchos hijos. Nada de extraño tiene, por consiguiente, que la naturaleza le hiciera exclamar al verse en tan doloroso trance:

-Señor, que tengo muchos hijos, no me desamparéis.

Tales gritos angustiosos conmovieron a don Saturnino, quien, no pudiendo contenerse, se encaró con los verdugos, y con ademán suplicante, les dijo así:

-Matadme a mí, pero dejad a estos señores.

Fue inútil la súplica generosa […].

Tres cuerpos cayeron confundidos y sucios en la fosa escasa e inhumana. El pueblo de Calera los poseyó -rotos, casi ignorados, en plena descomposición animal- allá donde entierran los niños que mueren sin el bautismo, una cincuentena de días. Hasta el 26 de septiembre. Entonces fue Talavera a recoger las reliquias de los suyos, y las trasportó a sus panteones».

 

Para terminar la familia conserva este poema dedicado a su memoria, tal vez, escrito por su amigo Pedro Jiménez de Castro.