El alcance de un sí

 

En la página W. Opus Dei, Carlos Aixela publica un extenso, y clarividente  artículo, en el que destaca con nitidez el alcance del SI de un matrimonio contraído con amor sincero. Traigo aquí uno de los párrafos que puede hacer pensar a muchos que tienen el proyecto de casarse, o ya están casados y el amor se tambalea. Animo al lector a que entre en la página indicada y lo lea completamente.

 

 

Desde esta luz, la vocación matrimonial aparece como algo bien distinto de «un impulso hacia la propia satisfacción, o un mero recurso para completar egoístamente la propia personalidad»[12]. Sin duda, la personalidad solo se despliega verdaderamente cuando uno es capaz de entregarse a otra persona. La vida matrimonial, además, es fuente de muchas satisfacciones y alegrías; pero a nadie se le escapa que trae consigo también problemas, exigencias, decepciones. No se le escapa a nadie y, sin embargo, qué facil es “escaparse” de esa cara menos bonita del amor: qué facil es desdeñar las migas de pan duro.

Un contraste puede ayudar a considerarlo. Por un lado, la perfección sin tacha de ciertas celebraciones de bodas, estudiadas hasta el último milímetro para dar toda la solemnidad posible a un evento único en la vida, y quizá también para afianzar el prestigio social de la familia. Por otro, el desencanto y el descuido que fácilmente pueden filtrarse a la vuelta de los meses o de los años, ante la imperfección de la vida familiar en su despliegue cotidiano: cuando surgen problemas, cuando se descubren los defectos de la otra persona, y uno y otro parecen incapaces de hablar, de escucharse, de curar heridas, de derrochar cariño. Puede nublarse entonces el «sentido vocacional del matrimonio», por el que se sabían llamados a dar lo que son… a ser padre, madre, marido, mujer… de vocación. Y qué lástima entonces: una familia a la que Dios querría feliz, aun en medio de las dificultades, se queda solo a medio camino, “aguantando”. La novedad que estaba queriendo nacer en el mundo con su amor mutuo, con su hogar… la novedad, la verdadera vida, parece entonces estar en otra parte. Y sin embargo está a la vuelta de la esquina, aunque la esquina esté algo desconchada, como acaba por sucederle a cualquier esquina, que simplemente está pidiendo un poco de cariño y atención.

El día en que un hombre y una mujer se casan, responden «sí» a la pregunta acerca de su amor recíproco. Sin embargo, la verdadera respuesta llega solo con la vida: la respuesta se debe encarnar, se debe hacer a fuego lento en el “para siempre” de ese sí mutuo. «Uno siempre responde con su vida entera a las preguntas más importantes. No importa lo que diga, no importa con qué palabras y con qué argumentos trate de defenderse. Al final, al final de todo, uno responde a todas las preguntas con los hechos de su vida (…): ¿Quién eres?… ¿Qué has querido de verdad? (…) Uno al final responde con su vida entera»[13]. Y ese sí de la vida entera, conquistado una y otra vez, se va volviendo cada vez más profundo y auténtico: va transformando la inevitable ingenuidad de los inicios en una inocencia lúcida, pero sin cinismo; en un «sí, cariño» que sabe, pero que ama.

Carlos Aixela