Ahora que celebramos la jornada pro orantibus me viene a la mente y el corazón un poema de un contemplativo que ha sido durante años luz y presencia de Dios tanto para mí, como para todo aquel que lo ha leído.

 No puedo citar al autor, ni la orden de donde sale- así lo dicen sus normas-  baste decir que es alguien que vive y ora en España, y de su silencio manan versos que copia a sus amigos y hacen mucho bien espiritual a los pocos que tienen la bendición de leerlos.

Espero que me perdone por este plagio sin cita, que no es sino tributo a su vocación, a su poesía y a su entrega a Dios y por eso no necesita de firmas, ni de derechos de autor, como aquellos luminosos claustros mediavales sin firmar por el arquitecto, por los pasean en contemplación los anónimos monjes de tantas órdenes.


Este poema habla de cómo un contemplativo descubrió la manera de amar a través del celibato, sin satisfacer esa necesidad de tener al amado,  dejando que otros gocen de ese amor.

 Lo bonito es que, aún escribiendo  desde la vocación célibe que le tocaba vivir,  este monje escribió unas líneas con las que he visto llorar a personas viudas, personas enamoradas, padres, madres, esposos y seminaristas…porque en el fondo, la vida del célibe y del contemplativo es una prefiguración de lo que será el cielo para todos, donde amaremos con total plenitud y con total libertad, liberados incluso de la atadura de la posesión.

Todos sentimos la insuficiencia del amor en este mundo: cuando vivimos la pérdida o la separación; cuando echamos de menos a alguien; cuando amamos tanto que nos parece imposible expresarlo; cuando queremos a alguien para siempre y nos parece imposible asegurar el futuro.

El amor es tan misterioso, tan hermoso, tan frágil… y a la vez sabemos que es eterno, que Dios lo ha bendecido, que lo quiere resucitar…y mientras llega esa resurrección tenemos que bregar, que esperar, que luchar…y no es fácil porque encima el pecado está ahí, mordiendo.

La vida de los contemplativos nos enseña cómo será el cielo, donde amaremos y seremos amados como Dios nos ama, sin imperfecciones; donde el pecado, el llanto y la soledad no existirán. En su entrega se resume toda vocación: “Amarás a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo”. Es la perfección en el amor a la que todos aspiramos.

Dice San Pablo que   "el tiempo es corto; resta, pues, que los que tienen esposa sean como si no la tuviesen; y los que lloran, como si no llorasen; y los que se alegran, como si no se alegrasen; y los que compran, como si no poseyesen; y los que disfrutan de este mundo, como si no lo disfrutasen; porque la apariencia de este mundo se pasa ... Quisiera, pues, que estuvieseis sin congoja".(1 Cor. 7:29-32)

Amar sin tener que poseer…libres del miedo, y a la vez dejando que la presencia del amado ilumine todo lo que somos e inspire todo lo que hacemos, amar a Dios con todo, y amar a Dios en todos…qué programa de vida más hermoso.

Al final, todo lo que no se da se pierde, y lo que nos enseña el poema es que ése es precisamente el secreto del amor verdadero: derramarse  en entrega…y así, si lo entregamos,  volveremos a encontrar en El ese amor que aquí en la tierra a duras penas podemos mantener, pues todo lo de aquí abajo pasa, pero sólo en Dios podremos hacerlo eterno.

 

ADAGGIO PARA UN AMIGO

 

Amarte sin tener que poseerte,

y tenerte sin la herida de un recuerdo

y dejarte libre y no te pierdo,

y llevarte en mí sin retenerte

 

Llorarte por haberte detenido,

aunque sea en la espuma de un poema,

y sentir el pecado que me quema,

si no supe verte compartido.

 

No pretendo apurar la cercanía,

ni asir la invitación de tu mirada;

esa estela que has dejado derramada

hace dulce para mi la lejanía.

 

Que existas es el único motivo

para amarte sin haberte enamorado;

me basta con saber que mi amado

comparte el universo en el que vivo.

 

Cuando amar no exige consumarte

ni el miedo al olvido te retiene;

cuando pasa el amigo y se detiene,

y se marcha de ti sin olvidarte.

 

Tu luz me horada claridades,

me alumbra abrazos ofrecidos,

me abre a los desconocidos

campos de nuevas soledades...

 

En toda posesión hay hartura,

por eso tú eres mi indigencia,

que amar es sentir insuficiencia

y es pobre en amores quien se cura...

 

Hasta ti llegué, y tu misterio

tembló azul entre mis manos;

silencio es el alma de mi hermano

y allí, las palabras, adulterio.

 

Dos océanos sedientos,

dos estrellas desangradas,

dos alondras deslizadas

por el mismo firmamento...

 

...y dejarte como quise encontrarte,

tan distinto de mí como te hallé;

y que otros, igual que te encontré,

gocen el estreno de amarte.