“¡¡¡Vamos, Manolo!!! ¡¡¡Al final el mío va a ser el último!!! ¡¡¡Venga, coooño!!! ¡¡¡No son más tontos porque no se entrenan!!! ¡¡¡Vamos, joder!!!”
A no ser que Vd. haya visto ya la escena, pensará que se trata de una bronca carcelaria o de los exabruptos del algún significado jefe de alguna banda callejera. Pues bien, no, las palabras arriba transcritas le han sido grabadas ayer nada menos que a una ex–ministra, que hoy en día es diputada y que, Dios no lo quiera, podría volver a sentarse en el Consejo de Ministros. Y se las dirigía a su chófer, quien, imagino que por razones ajenas a su voluntad, tardaba en sacar el coche oficial del parking del Congreso de los Diputados.
La ministra en cuestión, que por otro lado se considera a si misma mu llana y mu del pueblo –si se acuerdan Vds. cuando la crisis de las vacas locas les daba recetitas de caldo a las señoras- siempre llevó a gala desmerecer las altas magistraturas que ha tenido la suerte de ocupar -en su caso ha debido ser suerte, de otra manera no se entiende- con un lenguaje muy cercano al que siempre se calificó como “de verduleras”, y lo digo con todos los respetos hacia tan loable profesión, porque hoy día, la mayoría de las verduleras, desde luego todas las que uno conoce, está perfectamente capacitada para dar una lección de señorío a la ex-ministra.
Ahora nos dirán que el episodio en cuestión pertenece a la esfera de lo privado y en absoluto debe mezclarse con la actividad pública de la persona que lo utiliza. Pues bien, no, no me vale, ni en lo privado nos comportamos las personas normales con el despotismo, la ordinariez y la grosería con la que la señora en cuestión lo ha hecho ayer.
La Sra. Villalobos, que tal es el nombre de la diputada y ex–ministra a la que debemos el esperpento del día –de nuestra actual clase política no nos ha de faltar el esperpento nuestro de cada día, anteayer era el espectáculo del Senado de Babel, el día anterior uno que llamaba tonto de los cojones a los que no le votaban a él, el de antes una que hablaba de las miembras, el de antes otro que se burlaba de la corona de espinas de Jesucristo- le debe una explicación a su chófer para empezar. Pero a sus electores y a los españoles en general, para seguir. Sus palabras son una verdadera vergüenza, y la descalifican para seguir ocupando ni un minuto más las altísimas magistraturas que ha venido ocupando y aún ocupa.
Yo no niego que alguna vez, algunos españoles, hayan podido creer que para merecer su voto, sus altos representantes habían de ser “uno más”, un coleguilla, el amiguete de la taberna. Ahora bien, tras lo ocurrido los últimos seis años en España, la gran mayoría tenemos muy claro que no. Hora es ya de que a la política y a los puestos de la más alta administración vuelvan, como siempre fue, como debe ser, los más formados, los más idóneos, los mejores en suma.
¡Compórtense, señores políticos, estén a la altura, por Dios! Les guste o no, el ejemplo es algo que todavía existe y que Vds. están llamados a dar. Y el que algunos o muchos de Vds. están dando no es, desde luego, el más apropiado.