El sábado pasado tuve un mal día. El cansancio mental es lo peor. El no poder airearme cuando estoy hasta el último pelo de todos los de mi casa y más aún cuando nos pasa a varios a la vez. Pero pienso: “Jolín, no tengo derecho a quejarme: estamos todos y estamos bien.” Y me siento fatal, egoísta, miserable, indigna ante la ENORMIDAD de esta tragedia.
Entonces me pongo a máximo volumen el himno del momento y vivo la canción. Me veo a mí misma aparentemente derrotada en el suelo, me pongo en pie con esfuerzo, levanto la cabeza, aprieto los puños, cierro los ojos y canto con todo mi ser mientras me caen unos lagrimones gordos como ciruelas: “¡Resistiré! Soportaré los golpes y jamás me rendiré”, y así frase por frase porque todas han sido verdad en mí durante estas semanas de encierro obligatorio.
Y eso que estoy sufriendo la pandemia a nivel de usuario: en mi casa, sin que me falte nada y sin ningún enfermo en la familia, gracias a Dios.
Han muerto personas muy cercanas y no he podido despedirme de ellas ni estar con sus familias, que son mis amigos y familiares. Y si mi dolor y mi pena han sido grandes, imagina el suyo. Y esas personas son TAN GRANDES que me han consolado a mí y me han dado las gracias por rezar por ellas, por hacerles llegar mi cariño.
Pero sólo soy una persona y tengo defectos, y aunque veo esa grandeza y categoría humanas yo tengo momentos de bajón que me avergüenzan, aunque no hay que avergonzarse porque “caer es permitido y levantarse es obligado”, como canta Chayanne.
El mundo está de rodillas por culpa de un virus, un bicho microscópico. ¡Pues yo me niego a arrodillarme ante esa cosa! Yo también estoy de rodillas pero ante Dios Todopoderoso, Señor de todo lo creado -incluido el Covid 19 de las narices-, que es mi Padre. Y soy la niña de sus ojos, igual que tú.
Estoy de rodillas, implorando y suplicando y no me avergüenzo porque es evidente que necesito, NECESITAMOS, que el Cielo intervenga.
Es evidente e innegable la pequeñez del hombre, a quien un virus ha tumbado a nivel mundial. El hombre ha estado jugando a ser dios y se le ha ido de las manos.
Es el momento de volver los ojos a Dios, de pedirle perdón por olvidarnos de quién es Él y quiénes somos nosotros y pedirle, rogarle, suplicarle si hace falta que nos salve, porque esto sólo lo puede parar Él.
El mundo está de rodillas pero hay personas que se niegan a arrodillarse o que no pueden porque su ego se lo impide. Se olvidan de que están en una posición de poder porque otros les han puesto ahí para dirigir los países, para SERVIR a los ciudadanos. Se olvidan de que deben ser los primeros en acatar sus propias medidas y se saltan las cuarentenas y rompen sus promesas.
Pero esto no es nuevo, ya le pasó a Pilatos: “No tendrías autoridad sobre mí si no te hubiera sido dada de lo alto.” Cuando los dirigentes de las naciones se olvidan de que están ahí para servir a otros y no para servirse de otros; cuando permiten o promueven leyes que perjudican a los débiles y vulnerables; cuando tratan de imponer sus ideas siendo intolerantes con los demás no sólo caen en la incoherencia y el ridículo sino que se alejan del bien común, se centran en su bien particular y dejan el camino sembrado del dolor de otros. No estoy hablando de religión sino de humanidad. Y no creo que esto sea un castigo divino, Dios no nos castiga, nos hacemos daño nosotros solitos cuando nos alejamos de Él.
¿Tú te crees que todos los médicos, enfermeros y personal sanitario que se juegan la vida en esta pandemia lo hacen porque son cristianos, por convicción religiosa? Pues no, lo hacen porque es lo que hay que hacer, por amor a su profesión y por su vocación de servicio. Servicio. A los demás. A todos. Sean del color que sean porque sólo hay 1 color: el color persona. Otra cosa es que los que son cristianos tengan además otras razones para hacer lo que hacen, como la fe o la trascendencia.
Todos los que están salvando España persona a persona, no sólo los sanitarios sino todos, han aparcado su ego, su opinión y su criterio personal para trabajar en equipo haciendo lo que les manden y así ser eficaces. Unos serán cristianos y otros no, unos serán creyentes y otros no, unos serán simpáticos y otros no pero todos son personas tratando de salvar a otras personas, que es lo único que importa ahora. Ya se pedirán responsabilidades, ahora no es el momento de eso sino de ser adultos y reconocer que no podemos parar esto solos y que necesitamos la ayuda de Dios porque sólo Él tiene el control de lo incontrolable, como cuando calmó la tempestad.
¡Que no nos dé vergüenza ponernos de rodillas! Eso sí, delante de quien corresponde.
Y si es con una ayudita, mejor.