El Espíritu Santo es el amigo que no ves. Él te recuerda, te lleva a la verdad y al conocimiento de Dios y del prójimo, está dentro de ti porque quiere permanecer con el hombre.

Este Espíritu se convierte en el deseo del hombre. Este que camina en la vida de santidad necesita del Espíritu que como soplo y auxilio puede refrescar e iluminar la vida del hombre, para ayudarle a cumplir en su vida el plan de salvación que Dios ha preparado para él. El Espíritu lleva al hombre a conocer la verdad sobre sí mismo, Dios y lo que le rodea. Ayuda a que el hombre pueda vivir en su existencia de un modo real.

Es un Espíritu amigo del hombre porque quiere relacionarse con él, quiere hablarle al corazón, conversar con él y amarle. Va a compartir con el hombre lo más íntimo de Dios, para poder recordarle aquello que Dios viene hacer en él. Es un amigo porque hace en el hombre memoria de la salvación que el Hijo de Dios viene a ofrecer en lo concreto de su vida. No lo ves pero él sigue actuando. Puede sentir su presencia o no darte cuenta de ello, pero es un amigo que mora dentro de ti, te conoce y siempre está presente para hacer de ti una persona santa que camine en la voluntad de Dios.

Por lo tanto, el Espíritu en la economía de la salvación tiene la capacidad de llevar a cabo la obra de santificación del hombre por la perfección en sus obras. Él subsiste en sí mismo, para poder repartir la vida que él mismo tiene. El Espíritu Santo por ser persona divina, es subsistente, se encuentra en todas partes y tiene su fundamento, como Dios, en sí mismo.

Por lo tanto, el Espíritu es aquello de donde nace la fuente de santidad para el hombre. Es luz que ilumina el camino del hombre y su entendimiento para que pueda adentrarse en el misterio divino y contemplar su vida a la luz del Señor que le transforma. Es esa luz que ilumina la mente para que pueda acceder a la verdad misma, que es Dios, y la verdad sobre sí mismo.

El Espíritu que no podemos conocer por él mismo, ya que no es visible al hombre, porque sobrepasa nuestra capacidad, si podemos acercarnos a él mediante el bien de que el dimana. Por ello, el Espíritu que no podemos tocar, ni aprehensar, se manifiesta a nosotros a través de la caridad que se nos hace palpable. En este sentido, su modo de obrar es poderoso porque se trata del poder de Dios, pero al mismo tiempo su modo de obrar es discreto porque respeta la libertad del hombre. Este si responde libremente a Dios con su sí, es por la fuerza del Espíritu que se hace presente en su vida. Y su presencia cada vez es más poderosa en el hombre cuando crece en amor, esperanza y fe en su vida. La presencia del Espíritu en el hombre se acrecienta por el don de su acogida, y por la respuesta a la voluntad de Dios. Nos permite crecer en las virtudes teologales, y con ello, se manifiesta su fuerza a través de sus obras en nosotros.

Por ello, la acción del Espíritu se vuelve a veces contradictoria. Se manifiesta al mismo en todas partes y en cada uno. Por ser persona divina su acción se manifiesta en todo lo creado, y se hace presente en el corazón humano donde muestra su poder. Así, el Espíritu se da modo pleno en el hombre, como se muestra en la creación. Este Espíritu adquiere el modo de luz, de rayo que lo penetra todo, y lo atraviesa todo. Pero su presencia en el hombre no depende del mismo Espíritu sino de la capacidad del hombre en acogerle. Se hará más palpable al hombre cuanto más el hombre se abra a su acción. Él se quiere dar del todo y de modo pleno, pero ello no depende de él sino del corazón humano que quiera abrirse a su fuerza, y su don. Pero la iniciativa para recibir este don brota del mismo Espíritu, que abre el corazón y el entendimiento humano para que pueda recibir su gracia. Pero esta apertura es progresiva. El hombre tiene que estar en continua tensión para que la fuerza del Espíritu se manifieste en él. Y su corazón será siendo ensanchado para poder recibir un don que siempre quiere darse por entero. Y a medida que el soplo divino ilumina al hombre este transformado por el Espíritu se va haciendo cada vez más espiritual, y, puede manifestar a otros la vida del Espíritu.

De esta manera, solo puede ser consciente a la acción del Espíritu quien lo puede coger como un amigo. Él viene a ser el amigo del hombre que este necesita, pero el hombre puede ser amigo del Espíritu Santo cuando se comunica con él, y hace memoria de todos los dones que en su existencia recibe. El hombre y el Espíritu pueden tener una comunión perfecta en la amistad porque el uno no puede vivir sin el otro. Ambos se donan y se reciben mutuamente. Solo la persona que hace presente en su día cada gesto, cada detalle como un don del Espíritu puede abrirse a la amistad que Él le ofrece.

Por eso, el mundo de hoy necesita el don del Espíritu porque viene a recordarnos aquellos que somos. El ser humano, cada persona puede el don de la amistad por el poder del Espíritu cuando se abre a la amistad con el semejante que se vuelve un espejo de su amistad con Dios. Un mundo en que la amistad se nos hace virtual ha de volver a la vida en el Espíritu que le hace memoria de quién es: aquel en quien Dios viene a morar para ser su amigo, y pueda relacionarse con el otro desde este don de la amistad.

 

Belén Sotos Rodríguez