Ha pasado casi un mes sin que publique nada en este blog. Esto no significa que no haya escrito textos. He escrito diversos textos pero, al final, no me parecieron adecuados. Todos estaban demasiado impregnados de inmanencia y esto no es lo que necesitamos. Sobra inmanencia para saturarnos más y más de ella. La Navidad es un tiempo sagrado de inmensa belleza. Un tiempo en que vale la pena detenernos a ver qué sucede en esta “aldea global” en la que Dios ha querido que viviéramos. Porque nada sucede sin que Dios acepte que pase. Los acontecimientos globales generan reacciones en todos los órdenes de nuestra vida. Podríamos decir que estamos más interconectados que nunca. Lo que diga o haga, una persona en los Estados Unidos, repercute en todo el globo. Lo que suceda en la India, es noticia en todos los medios del mundo. Los medios nos llenan de sucesos, opiniones y reflexiones.
Vivir en una aldea global nos hace ser especialmente histéricos y cerrados de corazón. Corazón que representa nuestro ser. ¿Por qué vivimos en un histerismo constante? Porque las noticias llegan a toda velocidad, provenientes de todas partes. En una hora, recibimos más noticias que un campesino medieval en toda su vida. ¿Podemos vivir con tranquilidad la realidad espiritual que se desarrolla dentro de nosotros? No diré que sea imposible, pero es muy complicado. Para Dios nada es imposible. Si Cristo pasara por delante de nosotros, ninguno de nosotros nos daríamos cuenta. ¿Le seguiríamos? ¿Actuaríamos como Andrés y Juan, siguiendo a Cristo en silencio?
Pero ellos no sólo manifestaron su amor a Jesucristo siguiéndole, sino hasta en el modo de preguntarle. Por esto sigue: "Ellos le dijeron, Rabbí (que quiere decir Maestro), ¿en dónde moras?" Cuando todavía no habían aprendido nada de El, ya le llaman Maestro, considerándose así como discípulos y manifestando la causa por la que le siguen. (Crisóstomo, in Ioannem, hom. 17)
¿Consideramos que Cristo es Maestro? Hoy en día hay tantos segundos salvadores, que Cristo pasaría desapercibido entre las campañas mediáticas orquestadas por cada uno de ellos. ¿De quien eres? ¿A quien sigues? La contestación del cristiano es que sigue a Cristo y que todo lo demás es absolutamente secundario. Porque a Andrés y Juan, ...no quieren gozar del magisterio de una manera transitoria, sino que le preguntan dónde habita [Cristo], para que en adelante puedan oír sus palabras aparte, visitarle muchas veces e instruirse mucho mejor. En sentido espiritual quieren saber en dónde habita Jesucristo, para que con el ejemplo de sus virtudes puedan presentarse dignos de que habite en ellos. (Alcuino, Catena Aurea, Jn 1, 37-40)
¿Queremos nosotros mudarnos al lado de Cristo? Sabemos que “Las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza.” (Mt 8, 20) ¿Por qué seguir entonces al Señor? Cristo nos puede preguntar lo mismo que preguntó a sus discípulos: ¿Acaso queréis vosotros iros también? (Jn 6, 67) ¿Le responderemos lo mismo que Pedro? ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocido que Tú eres el Santo de Dios (Jn 6, 67-69). Seguir a Cristo no es fácil y tampoco conlleva honores y alabanzas. Seguir a Cristo nos permite ir donde Él reposa y convertirnos en sus discípulos. Lo que suceda después, sólo Dios lo sabe. Sólo Dios nos puede guiar para no perder las pisadas del Señor. Quizás nos suceda lo mismo que a Zaqueo, al que Cristo llamó para que lo acogiera y para darle una sabiduría que nunca antes pudo pensar en llevar dentro de sí mismo. Para Zaqueo no fue fácil ver y seguir a Cristo. La multitud y el ruido social le impedían ver y ser visto. Esto es justamente lo que nos pasa hoy en día. Tenemos que subir al Sicomoro y esperar que Él pase. Entonces podemos ir detrás llenos de humildad o esperar que nos ofrezca su mano para bajar transformados.