El domingo pasado me quedé colgada de unas frases de la segunda lectura y no he parado de darle vueltas al tema.
Esa lectura es de la carta del apóstol Santiago, capítulo 4, versículos 2 y 3: “(…) no obtenéis porque no pedís. Pedís y no recibís, porque pedís mal, con la intención de satisfacer vuestras pasiones.”
Nos da unas claves tan claras que parece de risa, pero es muy serio… “No obtenéis porque no pedís”. “Pedís y no recibís, porque pedís mal.” “Con la intención de satisfacer vuestras pasiones.”
Más de una vez le he oído decir a una persona: “No pasan más cosas porque no las pedimos, no nos creemos que puedan pasar.” Y a otra: “Es el tiempo de los imposibles. Voy a empezar a pedir imposibles.” Y esta útima, hace pocos días: “¡Han empezado a pasar los imposibles!”.
¿Pedimos? ¿Le pedimos a Dios? ¿O nos da vergüenza pedir? Porque la palabra “pedir” implica “no tener” y “necesitar”, y no tener y necesitar está muy mal visto en nuestra sociedad materialista, hedonista, superficial… Y claro, el que tiene no necesita y no pide. Y si no pides no recibes, ya sabes lo que dice el refrán: el que no llora, no mama.
Bueno, a mí no me avergüenza saberme necesitada. Y no hablo solamente de necesidad espiritual. En ocasiones he necesitado ayuda material de otras personas y he tenido que pedirla: favores, dinero, que me lleven en coche a algún sitio, que me recojan a los niños del colegio, un vestido para una boda, unos tomates, un teléfono porque se me ha olvidado el mío en casa… necesidades pequeñas y necesidades grandes.
Pero esto que dice Santiago… tiene miga. Él se refiere a lo que le pedimos o no le pedimos a Dios. Primero nos dice que no obtenemos porque no pedimos. O sea, que si le pedimos obtendremos. ¿Y nos sorprende? ¡Es que somos tontos! ¡Si ya lo dijo el mismo Jesús!: “Pedid y se os dará” Mt 7, 7.
Sigue diciendo que pedimos y no recibimos porque pedimos mal, y que lo que hacemos mal es pedir con la intención de satisfacer nuestras pasiones. Nos señala el error y la solución. ¡Es genial!
Entonces, ¿a qué esperamos? ¡A pedir, a pedir como locos todo lo que necesitamos! Que no nos dé vergüenza pedir. Ya sabemos que no debemos pedir cosas egoístamente sino verdaderas necesidades. ¡Es fácil!
Dios es infinitamente generoso y un padrazo, así que si le pedimos con rectitud de intención, con verdadera necesidad, sin sentirnos humillados por necesitar… ¿nos va a negar algo?
La cosa está en discernir bien si eso que pedimos es una necesidad o más bien un capricho o una apetencia o un empeño nacido del egoísmo o de la soberbia o de la comodidad.
Y hay otra herramienta para obtener lo que pedimos que Santiago no menciona: los intercesores. Los santos, los predilectos de Dios que ya gozan de Él en el Cielo y a quienes hará caso si le piden en nuestro nombre.
Yo no sé explicarlo bien pero San Alberto Hurtado, la segunda persona nacida en Chile canonizada, lo explica divinamente hablando de la Virgen María: Si tú me miras, El seguirá tu mirada y me verá y entonces con que le digas “¡Pobrecito! necesita nuestra ayuda”.
Es bueno pedir a Dios lo que necesitamos, pedir y pedir y pedir. Pero si encima alguien a quien Dios quiere mucho intercede por nosotros tendremos más posibilidades de obtener lo que pedimos.
Hay muchos santos a los que acudir, no sólo los que ya están canonizados sino también montones de santos anónimos que llenan el Cielo. Piénsalo, tú mismo conoces a unos cuantos: tu padre o tu madre, tu hermano o tu hermana, tu marido o tu esposa, tu hijo o tu hija, un amigo, una compañera de colegio…
¡Hala, a pedir!