Este domingo se cierra la cincuentena pascual (un solo domingo en siete semanas, un Gran Día en cincuenta) con la plenitud: el Señor Resucitado da el Espíritu Santo prometido desde el cielo. No es la "fiesta del Espíritu Santo", en sentido devocional, buscando asignar a cada devoción un día en la liturgia. Es la plenitud de la Pascua que consiste en la entrega del Espíritu a la Iglesia.
Es evidente la necesidad del Don del Espíritu en la Iglesia: sobre todo, en palabras recientes de Benedicto XVI, para erradicar el pecado que habita en la Iglesia, el ataque de los enemigos interiores a la Iglesia misma; necesitamos el Espíritu para santificar e impulsar el dinamismo evangelizador y no estar apagados, acomodados, instalados en la mediocridad; necesitamos el Espíritu para que la Iglesia-Esposa se embellezca en vida y santidad, en vocaciones y carismas, en ardor y pasión, en fidelidad y renovada entrega.
A Pentecostés nos estamos preparando con una semana intensa desde la Ascensión, semana que es especialmente mariana, ya que María congrega a los Apóstoles para unirlos en la oración y muy unidos a María (con el Regina Coeli, con el rosario pascual, etc.) se va disponiendo la Iglesia:
"[Cristo] ahora intercede por nosotros,
como mediador que asegura
la perenne efusión del Espíritu.
Pastor y obispo de nuestras almas,
nos invita a la plegaria unánime,
a ejemplo de María y los Apóstoles..." (Prefacio para después de la Ascensión).
Lo que aguardamos es un nuevo Pentecostés, la actualización hoy de aquella actuación salvífica del Resucitado. Los textos de la liturgia no nos hablarán de Pentecostés como un recuerdo, algo pasado, sino en clave de presencia: "nos invita a la plegaria unánime, a ejemplo de María y los Apóstoles, en la espera de un nuevo Pentecostés" (Pf para después de la Ascensión). La Oración colecta de la Misa vespertina de la Vigilia (distinta de la Misa del día en oraciones y lecturas), ruega así: "renueva entre nosotros el prodigio de Pentecostés"; la oración colecta de la Misa del día: "no dejes de realizar hoy, en el corazón de tus fieles, aquellas mismas maravillas que obraste en los comienzos de la predicación evangélica".
¡¡Hoy!! Ese "Hoy" de la liturgia que siempre señala la comunión y presencia del Misterio en el aquí y ahora de la Iglesia. "Pues, para llevar a plenitud el misterio pascual, enviaste hoy el Espíritu Santo sobre los que habías adoptado como hijos por su participación en Cristo" (Prefacio Pentecostés).
¡Y con qué fuerza resuena ese "hoy" en la antífona del Magníficat en las II vísperas cerrando ya la santa Pascua!:
"Hoy han llegado a su término los días de Pentecostés, aleluya;
hoy el Espíritu santo se apareció a los discipíulos en formas de lenguas de fuego y los enriqueció con sus carismas, enviándolos a predicar a todo el mundo y a dar testimonio de que el que crea y se bautice se salvará. Aleluya".
¿Cómo vivir el misterio de Pentecostés?
Si nos vamos a la Oratio admonitionis de la Misa de este día, en nuestro rito hispano-mozárabe, hallamos la hermosa alocución sacerdotal con que se dispone al pueblo cristiano a orar a continuación en los Dípticos y ofrecer el Sacrificio:
"Ensalcemos, hermanos carísimos, con la mayor fe, atención, fuerza, gozo, exultación, canto, devoción, oblación y pureza de que seamos capaces, los dones del Espíritu Santo, que, prometidos por el Hijo de Dios, se nos entregan hoy.
Abramos las puertas de nuestros corazones creyentes y queden patentes nuestros sentimientos y los rincones del alma.
Que no pueden unos pechos angostos alabar la venida del Inmenso.
Pues Él es consorte del Padre y del Hijo, de la misma e idéntica substancia, tercero en la persona, pero uno con ellos en la gloria.
El que no cabe en los cielos desciende hoy al estrecho hospedaje de nuestro corazón.
¿Y quién de nosotros, hermanos carísimos, se reconoce digno de tal huésped?
¿Quién le va a ofrecer dignos manjares, cuando Él es la vida de los ángeles, de los arcángeles y de todas las virtudes celestiales?
Por tanto, si nos reconocemos indignos de tal morador, roguémosle que Él mismo se prepare en nosotros su aposento.
R/. AMÉN".
Terminemos orando al Espíritu Santo. Pero esta vez de manera especial. Normalmente en el rito romano las oraciones se dirigen al Padre por Cristo en el Espíritu; en el rito hispano-mozárabe tanto al Padre como al Hijo para indicar la consustancialidad divina de Éste; pero también hay en el rito hispano excepciones: plegarias de la Misa dirigidas directamente al Espíritu Santo. En el día de Pentecostés, la post-pridie (tras la consagración), orará así:
"Recibe, te rogamos, Espíritu Santo, Dios omnipotente,
los sacrificios instituidos por ti mismo, que en otro tiempo formaste en el seno purísimo de la Virgen el cuerpo inmaculado en que el Verbo había de hacerse hombre, para ofrecerse en este sacrificio ritual.
En cuya semejanza te presentamos estos dones del cuerpo y de la sangre,
suplicándote obtengas para nosotros la plenitud de santificación con que nos deificas.
Porque Tú eres aquel fuego que consumió, al aceptarlos, divinalmente, los sacrificios de nuestros padres.
Tú el que consumiste la víctima de Elías, anegada en agua, con las piedras y la leña, tomando hasta el barro que se había formado en torno al altar.
Recibe ahora estas ofrendas con la msima dignación,
abrasando en el fuego salvífico de tu Divinidad nuestros sentimientos,
vivificando nuestros mortales corazones para recibir el alimento y la bebida celestial,
asignando a nuestra custodia una muchedumbre de santos Ángeles
y no permitas que nos veamos nunca privados de su compañía".
R/. AMÉN.