En los Evangelios hay pasajes enigmáticos. Pasajes que parecen estár en contradicción con el contexto y el fundamento de todo lo demás. El Evangelio de hoy domingo relata uno de estos pasajes (Lc, 12:49-53).  “¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división”. ¿No ha venido Cristo a traer la paz al mundo? ¿Por qué habla del fuego y el enfrentamiento? ¿Quiere Cristo enfrentamientos?

Cuando hay algo que no nos gusta en los Evangelios, lo fácil es olvidarnos del pasaje e ir ajustando las “aristas” a nuestros gustos, emotividades e ideologías. De esa forma generamos gran cantidad evangelios, todos diferentes y a veces, incompatibles. Pero tenemos que ser valientes y quedarnos en los aspectos que no nos gustan de Cristo. 

Pensemos que en este pasaje de habla del mundo, lo que concuerda claramente con otros pasajes donde se señala al mundo como causa del mal. 

El mundo puede asimilarse a la “masa” inhumana. La masa que fácilmente se guía por medio de intereses y egoísmos. Cuando nos integrarnos en la masa dejamos de ser personas para convertimos en títeres de quienes nos utilizan. Un ejemplo claro es la masa que clamó ante Pilatos para que Barrabás fuese perdonado y Cristo fuese crucificado. En cierta forma, “el mundo” es la sociedad en la que vivimos en cada momento de la historia. Sociedad que nos impone sus condicionamientos socio-culturales. Si no nos hacemos masa, no seremos aceptados. Si no aceptamos las ideologías que interesan en cada momento, se nos echa a un lado con indiferencia, desprecio e incluso con violencia. Sin duda Cristo ha venido a traer el fuego a ese mundo que se mueve por intereses e ideologías.  

¿Qué es el fuego que Cristo trae? El fuego es aquello que destruye lo perecedero y purifica lo eterno. El fuego quema los rastrojos y purifica el oro. Veamos lo que nos dice San Cirilo:

En algunas ocasiones en la Sagrada Escritura se acostumbra llamar fuego a la Palabra sagrada y divina, porque así como los que quieren purificar el oro y la plata les quitan toda la escoria con el fuego, así el Salvador, por la Palabra evangélica en la virtud del Espíritu, purifica la inteligencia de los que creen en Él. Este es el fuego saludable y útil por el cual los moradores de la tierra, de algún modo fríos y endurecidos por el pecado, se calientan y enardecen por la vida santa. (San Cirilo de Jerusalén, in Cat. graec. Patr)

Cristo ha venido a traer el fuego al mundo y desea que arda. Vino a traer la Luz del Espíritu y desea que esa Luz purifique los corazones atenazados con los convencionalismos socio-culturales. ¿Cuántos cristianos socio-culturales viven ajustándose a quienes les gobiernan? Se adaptan con la esperanza de ser valorados y elevados entre los demás. Se complacen en aplastar a quienes no siguen las consignas del momento, ya que eso les hace ganar puntos ante quienes componen su partido, su masa.

Para que Cristo hiciera llegar el fuego debía pasar el sufrimiento y el escarnio de la muerte. Ese el bautismo que dice anhelar. ¿Qué pasa cuando el espíritu purifica como el oro a unos y a otros quema como rastrojos? Aparece la división, el enfrentamiento y el maltrato de quienes se enfrentan a lo socialmente aceptado y bien visto.

La paz no existe para el mundo. Sólo hay paz en el corazón que abre la puerta al Señor. Cuando Cristo resucitado se aparece a sus discípulos, siempre saluda diciendo: “La paz sea con vosotros”. La paz es un don que el Espíritu Santo deposita en los corazones que se abren a Cristo. La paz hace que encontremos confianza y después la Esperanza. Quien no tiene paz en su corazón, carece de Esperanza. Quien carece de esperanza, se desespera con sus hermanos y los maltrata. Sin duda el mundo lucha contra Cristo porque el fuego quema sus graneros. Pero Cristo no está en guerra con nadie. Él es el Cordero que quita el pecado del mundo. Cuando Pedro, en el prendimiento de Cristo se enfrentó y cortó la oreja de un servidor del mundo, le reprendió y sanó el daño realizado.

Entonces Jesús le dijo: Vuelve tu espada a su sitio, porque todos los que tomen la espada, a espada perecerán. ¿O piensas que no puedo rogar a mi Padre, y El pondría a mi disposición ahora mismo más de doce legiones de ángeles? (Mt 16, 52-53)

Hoy en día y siempre, hay quienes llaman a que tomemos las armas y nos enfrentemos contra el mundo. Eso no es lo que Cristo nos enseñó y lo que Dios desea de nosotros. Dios no desea más dolor y sufrimiento. Sobre todo si este dolor y sufrimiento se produce entre quienes decimos ser cristianos. 

Porque nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales. (Ef 6, 12)

¿Cómo tenemos que luchar contra algo que no es físico? Miremos a Cristo y a todos los mártires que han entregado su vida pacíficamente. El mejor arma somos nosotros mismos cuando seguimos adelante en el camino de la santidad sin buscar el mal de nadie.