Terminó el sínodo sobre los jóvenes. ¿Ahora qué sigue? Se trata de bajarlo a la realidad, empezando por lo concreto para evitar que se quede en letra muerta. Un buen punto de partida sería elevar la calidad de las clases de religión. Con eso, daríamos un paso exponencial en la Iglesia, pues muchos jóvenes pierden la fe justamente en la etapa escolar y eso implica redoblar esfuerzos para que pueda darse un cambio positivo.
¿Dónde está el problema?, ¿cuál puede ser la causa por la que muchos ven en la materia de religión algo cursi, anticuado, de relleno o que simplemente no vale la pena? Muy probablemente en que los maestros y/o catequistas se encuentran atorados en un dilema difícil que hay que despejar. ¿Dar contenido tipo datos históricos, apologética, elementos doctrinales? O, en vez de eso, ¿centrarse en la experiencia de Dios y de contacto con los sectores más pobres? El primer paso para salir de la confusión consiste en superar el “versus”, el enfrentamiento, como si fuera imposible conciliar contenido con experiencia o doctrina con pastoral. Una clase de religión debe tener ambos frentes. Si falta el contenido, se vuelve un espacio lleno de dinámicas aburridas y que poco o nada dicen a la vida real de los jóvenes y si, por el contrario, no hay experiencias en la capilla o de análisis de la realidad, queda en teoría fría y evasiva. Ni atacar la dimensión intelectual de la fe, haciendo de la clase un caos sentimentalista, ni despreciar el valor de las vivencias, ofreciendo temas incapaces de provocar preguntas y reflexiones en las que los estudiantes asuman la cuota de protagonismo que les toca.
Ahora bien, en la parte de la experiencia, no todo está en manos de los maestros. Hay que saber dejar espacio a Dios. Darle protagonismo. ¿Pero cómo? Llevándolos a la capilla y dándoles unos diez o quince minutos frente al sagrario en silencio. Es decir, sin dinámicas, solo ellos y Jesús. Si los llenamos de monitores, ¿cuándo hablarán con él? Nos toca poner el medio, pero confiar en que el único que puede hacer que un joven acepte la fe es el Espíritu Santo. No hay que saturar los espacios de oración. Hay momentos en que toca estructurar un esquema, naturalmente con el Evangelio al centro, pero siempre es necesario dar un tiempo posterior para que cada uno lo viva.
El contenido (cultura religiosa, doctrina, etc.) y la experiencia (oración, experiencias solidarias, etc.) no son dos enemigos acérrimos, sino dos columnas que comparten el peso. Vale la pena superar el “versus” para que la clase de religión despierte interés. Lo necesitamos. Puede ser el primer paso del día después del sínodo.