Estudiar el cambio climático sin apriorismos dogmáticos.
El debate público sobre el clima y sus cambios se ha convertido en los últimos tiempos en algo tan poco susceptible de un diálogo racional como el referido al binomio sexo/género. En ambos campos conceptuales parecería que no hay nada susceptible de debate racional ni datos ni argumentos que contrastar, sino solo una presunta ortodoxia indiscutible que debe ser aceptada acríticamente por todo el mundo sin derecho a posibles discrepancias o dudas. Incluso cada vez es más fuerte –y preocupante- la tendencia a sostener que quien discrepe o dude de la ortodoxia autoproclamada por no se sabe quién, debe ser excluido del debate público y satanizado (o, incluso, imputado por delito de odio) bajo los epítetos de homófobo o negacionista. Para muchos creadores de opinión actuales bastaría con usar esos términos para referirse a quien discrepe de sus opiniones para dar por zanjado cualquier análisis o debate.
Sin embargo, sobre el clima nos queda mucho por aprender. Y a pensar sobre el clima, sobre lo que sabemos y lo que ignoramos al respecto, ayuda el libro de Steven E. Koonim “El clima. No toda la culpa es nuestra. Lo que dice la ciencia. Lo que no dice. Y por qué importa” (La esfera de los libros, 2023, 357 págs.). Si alguien espera un libro negacionista del cambio climático, del calentamiento global o del llamado efecto antrópico, (es decir, de la influencia del hombre en uno y otro), éste no es su libro; pues el autor se atiene a los hechos constatados que acreditan que el clima es el sistema más inestable y cambiante que conocemos, que el planeta tierra y su atmósfera vienen calentándose desde hace muchas décadas y que las emisiones procedentes de la actividad industrial humana contribuyen a ese proceso de calentamiento con los gases de efecto invernadero.
Ahora bien, Koonin no es un ideólogo del llamado cambio climático, sino un científico que estudia lo que sabemos y lo que aún ignoramos. Es físico, trabajó en la Administración Obama como subsecretario de ciencia del departamento de energía y desde 2013 trabajó por encargo del colegio de físicos de USA en una revisión del estado de nuestros conocimientos sobre el clima. Esa encomienda le llevó a constatar que “la ciencia del clima estaba mucho menos avanzada de lo que yo creía” y que “la capacidad actual de la ciencia no es suficiente para poder hacer proyecciones válidas de cómo cambiará en las próximas décadas y, mucho menos del efecto que nuestras acciones producirán en él” (pág. 15).
El libro se divide en dos partes; en la primera (págs. 43 a 258) estudia los cambios en el clima y en la segunda (págs. 261 a 309) lo que podemos hacer al respecto. En la primera parte el autor pone de manifiesto -¡y con datos!- que no hay ninguna constancia de que se acerque el apocalipsis climático, que no podemos hoy valorar con certeza el presunto efecto irreversible y determinante de la actividad humana en el proceso de calentamiento global, que no hay constancia de que la influencia humana esté aumentando los llamados fenómenos extremos como huracanes, inundaciones, etc; que tampoco sabemos si el aumento del nivel de los mares se ve determinado significativamente por la actividad humana; y tantas otras cuestiones que la ideología oficial del cambio climático presenta como evidencias indiscutibles.
Me ha parecido muy interesante su información sobre los llamados “modelos climáticos” (págs. 103 y ss.) poniendo de manifiesto sus avances y sus insuficiencias; y el análisis que realiza en las págs. 231 y ss. sobre quienes dañan hoy la ciencia sobre el clima y por qué lo hacen.
Esta obra de Koonin tiene como objeto denunciar la contaminación interesada de la información supuestamente científica en materia de cambio climático que se suele suministrar por muchos organismos públicos y, como reflejo, por los medios de comunicación. Koonin reivindica la honestidad ética de los científicos a la hora de informar a la opinión pública, honestidad que exige aclarar lo que se sabe, sin ocultar lo que se ignora; algo que habitualmente hoy no sucede, según acredita con múltiples referencias críticas a informes oficiales de los paneles sobre clima de NNUU y del gobierno de USA y a la forma de informar sobre el cambio climático por parte de los medios de comunicación.
Aparte de esta reivindicación de ética científica, el libro de Koonin es una estupenda clase para no expertos sobre el clima y una notable exposición sobre los llamados “modelos climáticos”, sus potencialidades y sus insuficiencias (y manipulaciones). Solo por la información que aporta para entender los factores que intervienen en la evolución del clima y lo que sabemos e ignoramos al respecto, resulta lectura recomendable.
Al final de la obra, el autor también da su opinión sobre qué podría hacer la humanidad para afrontar los actuales riesgos climáticos; y esta parte es la más opinable -como es lógico- del libro, de forma congruente con su tesis de que no hay certezas absolutas en estas materias. Fiel a su espíritu, el autor, en esta parte final de recomendaciones, distingue con claridad lo que podríamos hacer y lo que quizá deberíamos hacer, poniendo de manifiesto honestamente todas las dudas existentes sobre la eficacia relativa de cada una de las líneas de actuación que sugiere.
Benigno Blanco