Ojos y no ven; lengua y boca y no hablan. Me refiero sí a los creyentes y practicantes, en contacto frecuente con la Palabra de Dios. Por meses y años permanecen sordos, ciegos y hasta mudos, ante la presencia de Dios en sus vidas.
Dios les habla por su evangelio, su conciencia, los acontecimientos de sus vidas, pero ellos permanecen insensibles, como el que oye llover, y ni se paran siquiera a pensar, reflexionar, meditar y cambiar de vida…
Un ejemplo entre muchos. ¡Cuántas veces habrán leído y oído el pasaje del evangelio de la vid y los sarmientos¡. “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos…Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid; así tampoco vosotros, si no permanecéis en mi..El que permanece en mí como yo en él, ese da mucho fruto; porque separados de mi no podéis hacer nada Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden”.
No se necesita mucha teología para entender bien el significado de la palabra de Jesús.
Lo único que nos puede separar de él, es el pecado mortal (advertencia, y voluntad plenas en materia grave).
Todo el tiempo que uno permanezca separado de Dios, es tiempo baldío y perdido. Se seca y no da fruto sobrenatural. Su destino es el arder en el fuego. Un buen cristiano se esforzará al máximo para que nada ni nadie le separe del Señor, pues tiene oídos, ojos y boca para estar en sintonía con la Palabra de Dios.