Dios nos pide misericordia con nuestros hermanos, de igual forma que Él nos ofrece su misericordia tras nuestro sincero arrepentimiento. La clave de la misericordia divina es la sinceridad que anida en nosotros y que llega a Él por nuestras oraciones. Pero no es sencillo ser herramientas de la misericordia de Dios. De igual forma, tampoco somos buenas herramientas de la Voluntad o de la esperanza. Nos cuesta acercarnos a quien necesita misericordia porque, en el fondo, vemos en estas personas las imperfecciones que anidan en nosotros mismos.
Ved la sobreabundancia del amor divino. Pide el siervo que se le prolongue el tiempo y Él le concede más de lo que le pide, perdonándole y concediéndole todas las deudas. Incluso hizo más. Él quería darle desde el principio, pero no quería que su donativo viniese solo, sino acompañado de las súplicas del siervo, a fin de que no se retirase éste sin mérito personal. Mas no le perdonó las deudas antes de pedirle cuentas, para enseñarle cuántas eran las deudas que le perdonaba y hacerle de este modo más benigno para su consiervo. Todas las cosas hechas hasta ahora, fueron efectivamente oportunas. Confesó él sus deudas y el Señor prometió perdonárselas; suplicó arrojándose a sus pies y comprendió la grandeza de sus deudas; pero lo que después hizo fue indigno de lo primero. Porque sigue: "Y habiendo salido halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios y trabando de él le quería ahogar", etcétera. (San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 61,3-4)
¿Hasta qué punto somos conscientes de la necesidad de ser parte de la acción de Dios en el mundo que nos rodea? Rara vez lo somos. Nos vemos como individuos que poco tienen que ver con sus semejantes. Vemos nuestros semejantes como problemas y no como portadores de la imagen y semejanza divina. Por no nos abatamos. Aunque sintamos que nada podemos hacer con nuestra terquedad, tenemos que confiar en Dios. Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios (Lc 18, 27). No tenemos el corazón limpio, por lo que nuestra ceguera nos impide ver a Dios en los demás.
En el Evangelio del pasado domingo, Cristo indica que debemos perdonar a quien nos hace daño. Pero no una sola vez, sino cuatrocientas noventa veces: setenta veces siete. Es decir, incontables veces. Tanta como se necesario. Pero ¿Para qué es necesario perdonar tantas veces? Sin duda, porque ser transmisores de la misericordia de Dios nos transforma. La Misericordia de Dios actúa en nosotros como Agua Viva que limpia nuestro ser y nos llena de esperanza. No es sencillo abrir las puertas de nuestro ser a la Misericordia de Dios. ¿Por qué? Porque implica negarnos a nosotros mismos y tomar nuestra cruz personal.
¿Qué cosa hay tan caritativa como el médico que maneja el instrumento de hierro? Centra su atención en la herida para curar al hombre. Porque si no hace más que tocarla, se pierde el hombre. (San Agustín, Sermón 83,7)
Nuestra misericordia no busca la satisfacción de quien perdonemos. Nuestra misericordia busca transformar el ser de quien se siente sin esperanza por lo que ha hecho y por no responder de forma adecuada. El objetivo es dejar que Dios nos tome como herramientas para curar la herida del pecado de una persona que sufre. Ese es el sentido del perdón que la Voluntad de Dios busca en nosotros.