César Izquierdo Urbina (1953) es sacerdote de la diócesis de Calahorra y La Calzada-Logroño, y profesor ordinario de teología en la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra. Es autor de diversas obras de su especialidad, entre ellas Teología Fundamental (cuarta edición, Pamplona, 2015); Parádosis. Estudios sobre la tradición (Pamplona, 2006), Creo, creemos, (Madrid, 2008); Para comprender el Vaticano II, Madrid, 2012); El Mediador, Cristo Jesús (Madrid, 2017). Ha sido editor de M. BLONDEL, La acción (Madrid, 1996), y, en ediciones Cristiandad, de J. DANIÉLOU, Dios y nosotros (Madrid, 2003) y de M. BLONDEL, Historia y dogma, (Madrid, 2004).
Últimamente Ediciones Cristiandad ha publicado “Transmitir la fe en la cultura contemporánea. Tradición y magisterio a partir del Vaticano II”, y hemos querido preguntarle, para ReL, algunas cuestiones de este tema de evangelización tan importante.
D. César, ¿cuáles son las actuales, y mayores, facilidades y dificultades para transmitir la fe en la época de cambios o en el cambio de época que nos toca?
Siempre hay dificultades específicas de cada momento histórico, pero me parece que las principales dificultades, así como los remedios más oportunos, anidan en el corazón humano, de los hombres y mujeres que en cada tiempo viven su existencia, bien como una aventura humana y cristiana apasionante, o bien prefieren por el contrario conformarse con las ofertas –en el fondo, “pequeñas ofertas”- que ofrece una vida volcada y finalizada en este mundo, en el corto periodo de nuestra existencia. Hay épocas en la vida de cada persona en las que dominan más fácilmente los nuevos-viejos “señores” de este mundo: el dinero, el placer y el éxito. Con frecuencia son las mismas épocas en que otros perciben y se comprometen con ideales más elevados. El hombre necesita un poco de tiempo hasta que el corazón experimenta una especie de ahogo por el materialismo, el hedonismo y una ambición desmedida. Aparece entonces una insatisfacción honda que lleva a replantearse la dirección que su vida ha llevado hasta entonces en muchos casos una búsqueda de “algo” que les llene. Cuando eso tiene lugar, se re-abre la puerta de la fe para quienes ya la conocen pero la habían abandonado y en quienes no la han conocido aparece una sincera apertura a Dios y a los demás que, si se cuenta con verdaderos testigos, puede llevar al encuentro con Cristo en la Iglesia. A eso, en definitiva, es a lo que llamamos “conversión”, vuelta, recomienzo que se nos presenta a todos los cristianos y a todos los hombres y mujeres, a cada uno en su situación concreta.
¿Hasta qué punto las bases teológicas de la tradición y el magisterio están plenamente dinamizadas y desarrolladas en la nueva evangelización actual, o qué habríamos de potenciar en la pastoral misionera y evangelizadora?
Aunque depende de los diferentes lugares, se puede afirmar que tanto la tradición como el magisterio de la Iglesia no gozan de demasiada buena prensa en la opinión pública, porque se los presenta como si fueran una intromisión de la autoridad que quiere limitar la autonomía personal de los sujetos particulares. Es, sin duda, una caricatura, y por eso es necesario rehabilitar en cierta manera lo que la tradición y el magisterio significan, que no es otra cosa que saber que mi fe no es mía en el sentido de algo que nace y se agota en mí, sino que mi fe es recibida, es la fe de la Iglesia. Para ello debemos presentar la belleza de creer, de vivir y de celebrar nuestra fe en la Iglesia. Ya en el siglo XII Bernardo de Chartres afirmó lo que más tarde popularizó Newton con su famosa expresión “si he visto más lejos que otros, es porque he caminado a hombros de gigantes”, refiriéndose a lo que había recibido de los que le precedieron. Con más razón podemos los cristianos estar orgullosos de haber recibido la fe que viene a nosotros desde los Apóstoles. La pastoral misionera y evangelizadora necesita presentar el misterio de Cristo vivido en la Iglesia como un horizonte vital único, fuente de plenitud y de alegría.
Una tarea urgente, entre otras, es situar, por ejemplo, el magisterio en un contexto más adecuado. Normalmente se piensa que el magisterio pertenece al Papa y a los obispos, pero eso es solo una parte de la verdad. En primer lugar, el magisterio en la Iglesia corresponde a todos los que enseñan, transmiten, hacen llegar a los demás la fe recibida en la Iglesia. Una madre que enseña a sus hijos a creer y vivir como cristianos, es maestra de la fe; un catequista que prepara para el bautismo a un adulto, o para la primera comunión, es maestro de la fe; lo mismo se puede decir de quien da a conocer su fe a un amigo: ejerce un verdadero magisterio. En este sentido, todos en la Iglesia estamos llamados a ser maestros y testigos de la fe. El magisterio de los pastores de la Iglesia es distinto en cuanto ellos enseñan con una autoridad recibida, la autoridad de Cristo.
¿Cuáles son las cuestiones formativas con más lagunas, o los temas más pendientes y urgentes, a su juicio, concretamente en la ERE (Enseñanza Religiosa Escolar) y en la catequesis? ¿Cómo formar mejor a los padres que son capaces de apuntar a su hijo en catequesis descuidando su inscripción en la asignatura de Religión Católica, y viceversa, o de "desapuntarse" de Religión una vez hecha la Primera Comunión?
No puedo hablar con conocimiento de los contenidos y de la ERE porque no soy experto en ese campo de la enseñanza. Pero hablando en general, hace tiempo que aprecié que en la formación religiosa y en la catequesis se viene dando mucha importancia al aspecto experiencial de la fe en detrimento, en ocasiones, del conocimiento de los misterios cristianos y de su formulación en la Iglesia. Esto se traduce en una gran ignorancia religiosa de personas a las que, en cambio, se ha animado a hacer experiencias que, en último término, pueden estar referidas simplemente a “lo desconocido”. Ha sido, quizás, una reacción frente a la formación preponderantemente memorística de hace cincuenta años. Pero es esencial transmitir la fe en su doble dimensión: como experiencia de vida cristiana y al mismo tiempo en sus formulaciones precisas, tratando de explicarlas de la manera más accesible a cada edad. Al final, sin embargo, no podremos dar una explicación exhaustiva porque nos encontramos con los misterios que han de ser creídos. Por eso es fundamental explicar bien, con razones, ejemplos y testimonios, qué significa creer, el acto cristiano de fe y su relación con la caridad, así como su carácter razonable, es decir plenamente humano.
Todo esto, sin embargo, será poco eficaz si los padres de los niños y jóvenes no participan de la vida cristiana. Para llegar eficazmente a los hijos, el camino más recto –y a veces el único- es implicar a los padres, “evangelizarlos” de nuevo para que revivan su condición de cristianos.
Ha tenido lugar en Roma, del 3 al 28 de octubre el Sínodo sobre "los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional". ¿De qué modo puede afrontar mejor y superar la Iglesia católica la falta de formación y sensibilidad a la vocación matrimonial y familiar cristiana, y de vocaciones a la vida consagrada y sacerdotal, por parte de tantos jóvenes desorientados y sin rumbo fijo, que se dejan influenciar tanto por la mentalidad dominante?
Me gustaría mucho tener la respuesta a esas preguntas tan nucleares. Somos conscientes de que la “propuesta” cristiana se encuentra con muchas dificultades de comprensión y con un clima cultural contrario en el que ser coherentemente cristiano se ve como algo raro y para muchos incomprensible. Al mismo tiempo, la tremenda crisis de la educación de los jóvenes –convertida con frecuencia en campo de batalla político- les ha dejado desprovistos de las herramientas para enfrentarse positivamente con la verdad y el bien en su plenitud, es decir, con la verdad y el bien que comprometen la vida y la plenifican. Las consecuencias de este proceso en el ámbito familiar han sido demoledoras. La búsqueda afanosa de bienestar, el olvido de la fuerza configuradora del amor con la consiguiente desconfianza mutua, la pérdida de una esperanza que supere lo efímero, etc., son características que tocan a muchas familias. En ese ambiente, es muy difícil que se entiendan planteamientos seriamente vocacionales entre los jóvenes. Ese es el ámbito en el que se hace hoy necesario plantear el proyecto cristiano de futuro con confianza en la gracia, optimismo y con la renovación de los métodos pastorales; pero, sobre todo, con el acrecentamiento del impulso misionero de cada cristiano. Para ello, es preciso, que como invita san Pablo “aumente en nosotros el orgullo de ser de Cristo Jesús” (Fil 1, 26). Ese es el único orgullo virtuoso porque no separa de los demás, sino que quiere ofrecerles el mismo camino de vida.
Muchas gracias, D. César por esta entrevista. Por último queríamos consultarle algo que es del interés de nuestros lectores… ¿qué estilos y medios son más creíbles hoy en día para la transmisión de la fe en la cultura contemporánea, y cuáles debiéramos de dejar a un lado o evitar como obsoletos, ineficaces o incluso contraproducentes?
Podríamos aplicar en este aspecto lo mismo que se hace en otros: favorecer lo que funciona y produce frutos, y examinar lo que no parece dar resultados y en su caso sustituirlo por otra cosa. Se debe tener en cuenta, sin embargo, que el criterio de eficacia se ha de aplicar con mucho cuidado cuando se trata de la acción de la gracia, porque en ocasiones la ineficacia es aparente. La fase de cimentar lo que más tarde mostrará quizás grandeza y esplendor suele ir acompañada de falta de resultados inmediatos que vendrán más tarde, al edificar sobre los fundamentos que se han puesto. La certeza de que cuando se trabaja por el Evangelio no se pierde nada debe estar siempre presente, así como la confianza plena en que el fundamento de todo es la unión con el Señor, con la vid que es la garantía de los frutos.
Dicho lo anterior, creo que estamos en un momento en el que se requiere audacia pastoral, una audacia que va de la mano de la prudencia, pero que no debe verse paralizada por un exceso de ésta última. Se hace precisa una mayor apertura para acoger la novedad del Evangelio representada por nuevas formas e iniciativas pastorales. Como ha recordado el Papa Francisco, el “siempre se ha hecho así” no es el motivo definitivo para hacer o para resistirse a algo. A veces, las estructuras pastorales siguen siendo muy rígidas y se resisten a lo que no pasa por los esquemas habituales. Pienso especialmente en las parroquias que necesitan una renovación profunda de su comprensión y de su funcionamiento a la luz de la vida moderna y de las iniciativas y carismas que en ellas piden ser acogidas.