La Federación estatal de lesbianas, gays, transexuales y bisexuales ha invitado a los creyentes de todo el mundo a unirse a las vigilias religiosas en memoria de todas las víctimas de la homofobia y la transfobia, las cuales, por lo que se refiere a España, se llevarán a cabo en cinco ciudades españolas entre los días 13 y 21 de mayo. Según informa la página web de la Federación, la iniciativa nació en 2007 cuando Kairos, un grupo LGTB (lesbianas, gays, transexuales y bisexuales) de Florencia, la propuso en memoria de Matteo, niño italiano que se suicidó a causa del acoso que sufría en la escuela por su condición homosexual.
Me parece una hermosa iniciativa que circula por los derroteros por los que ha de circular en una sociedad armónica y democrática como la que aspiramos a establecer en Europa, toda pretensión de modificar la realidad social: la mutua aceptación, el mutuo entendimiento, el diálogo... tan diferentes de la algarada, la imposición, el insulto y la descalificación que a menudo forman parte del escenario en el que en esas sociedades, se presentan las reivindicaciones, más allá de su justicia o su injusticia.
Lamento y condeno lo ocurrido al niño italiano Matteo. Me consta –y a mi como a cualquier otro me ha tocado presenciarlo alguna vez-, que en muchos lugares del mundo y en muchas épocas de la historia, no son pocos los niños homosexuales, y también los adultos, que han sufrido el acoso cruel e inrazonado de las personas de su entorno, hasta el punto de que para algunos, llegaran o no al suicidio, la vida no era otra cosa que un suplicio.
Sin entrar en consideraciones científicas de las que no conozco y a las que, en todo caso, en mi condición de mero observador, veo discrepar aún al día de hoy sin llegar a acuerdos significativos, la opción vital de un homosexual me parece, desde el punto de vista conductual, una opción más en la que, -practicada en los límites de la discreción y el buen gusto que cabe exigir a toda actuación humana, también las de los heterosexuales-, nadie tiene porqué entrar y que todos hemos de respetar, porque forma parte de la esfera íntima de la persona. Lo que no quiere decir que para no ser homofóbico, -y yo considero no serlo-, uno haya de comulgar necesariamente con todas las reivindicaciones gay, y concretamente, con las relativas al matrimonio homosexual –para mí el matrimonio no es una cosa entre homosexuales o heterosexuales, es una cosa entre hombres y mujeres- o a la adopción gay.
La invitación de la FELGTB a que los creyentes incorporen a su oraciones una petición por el mundo gay, es una buena ocasión para encarrilar un diálogo que ha sido controvertido en todas las épocas de la Historia. Tengo que decir, sin embargo, que en la presente en la que nos encontramos, hallo más respeto en las instituciones eclesiásticas hacia los homosexuales, que en las organizaciones que representan a éstos hacia la Iglesia Católica, convertida en blanco de sus iras y de sus insultos a cada ocasión que se presenta, de lo que es buena prueba las expresiones que uno puede contemplar en las jornadas del orgullo gay, las cuales, más allá de su agresividad y ostentación, distan mucho del buen gusto que cabe esperar de toda actuación social y, no digamos, del que acostumbra a atribuírse a las personas con una sensibilidad gay.