Leí el otro día un artículo en el que hablaba de Pío II y en el que se decía, entre otras cosas, que había tenido dos hijos naturales y que había escrito una novela erótica. En el artículo daba también el dato de que eso sucedió antes de ser religioso. Pero como muchos pueden interpretarlo como diciendo que todos los católicos, hasta los papas somos inmorales, creo que valdría la pena escribir algo sobre el particular. Aunque de entrada podríamos decir que a ver quién es capaz de echar la primera piedra.

Es cierto que otros papas también los tuvieron. Y no sólo los que se convirtieron antes de ser papas, sino también los que pecaron después de serlo. La verdad es que no me escandalizo de cualquier pecado que puedan cometer los eclesiásticos de cualquier grado que sean. Hay casos, incluso macabros, sobre todo, en la edad media y moderna. Se llegó a una situación en que hubo tres que se creían papas, con la particularidad de que había santos que reconocían, unos a uno y otros a otro.

También hoy hay escándalos en la Iglesia, por ejemplo, los sacerdotes pederastas, de los cuales se está hablando todavía. Ha habido una gran campaña en contra de la Iglesia por este motivo (¿promovida por quienes, es decir, a quienes molesta la Iglesia?), porque se han silenciado los casos de otras religiones y estamentos que, en porcentajes, superan mucho a los de los católicos; por ejemplo, de los 250.000 pedófilos condenados en Alemania, sólo 94 eran sacerdotes. Son muchos, es cierto; no debiera haberse dado ningún caso, pero ¿por qué no se habla de los otros y se presenta a la Iglesia como foco de corrupción?

Por otra parte, estoy convencido de que las grandes dificultades que tiene la Iglesia le vienen más de dentro que de fuera, como ha dicho recientemente el Papa. Pero a pesar de los hechos conocidos y no conocidos (y los hay muy graves) nada de esto ha repercutido en absoluto en la seguridad de mi fe. Desde luego, por la gracia de Dios, pero no ha repercutido en absoluto; tampoco en la mayoría de los cristianos. Todos comprendemos que del árbol se caen las hojas que se van secando. Y van apareciendo brotes nuevos; vemos que se van agregando nuevos miembros a la Iglesia católica. ¿Por qué será? Y es que como acaba de decir el Papa en su viaje a Portugal:
“Ninguna fuerza adversa podrá jamás destruir a la Iglesia”.

Hay un antes y un después en todos estos hechos. San Agustín, San Francisco, el mismo San Pablo y otros, tienen un antes y un después. Todos ellos reconocieron sus pecados. Y en cuanto a nosotros, también tenemos nuestro antes y nuestro después, pero ¿los reconocemos?

En cuanto al caso del Papa Pío II, él también los reconoció. Recordemos que se hizo clérigo a los cuarenta años. Antes de ser papa tuvo dos hijos. Ya en su papado, se avergonzó públicamente de estos hechos. Escribió una carta en la que decía "Y no deis más importancia al laico que al pontífice, y escribió una frase que le honra: rechazad a Eneas, acoged a Pío".

Entre las cosas valientes que hizo fue la declaración de la la esclavitud como “un gran crimen” (magnum scelus).

Hay también una serie de personas que se frotan las manos cuando suceden estos hechos, sobre todo, cuando se trata de hechos escandalosos cometidos por eclesiásticos. Parece que se va extendiendo la idea de que la Iglesia es vitanda. Cuando suena un escándalo cometido por sacerdotes, la reacción de mucha gente es “todos son así”. Y cuando aparecen los hechos ejemplares y, a veces, heroicos de sacerdotes, la reacción es “si todos fueran así...”. En otras palabras, para algunos la Iglesia es mala, mala, mala.

Pues bien, yo digo: la Iglesia es santa, santa, santa. Lo que pasa es que está llena de pecadores, y esos pecadores somos todos los que formamos parte de ella, pero todos; también los que le muestran una gran aversión. ¿Podrían éstos mostrarme cualquier asociación comparable a la obra de la Iglesia a través de la Historia? Podrían comparar el número de hombres y mujeres de cualquier comparables a los miles de millones (así, miles de millones de hombresa través de toda su historia)

Entramos en el mejor hospital del mundo llamado “CASA DE SALUD”. Uno entra y ve a uno con el brazo en cabestrillo, a otro con la bolsita de la orina, a otro con sondas y goteros, a otro muriéndose con la mascarilla de oxígeno; otro va al mortuorio y hay unos cuantos cadáveres... En fin, algo de pena.

¿Y éste es el mejor hospital del mundo? dice alguien. Sí, le responden. Lo que está viendo Ud. es los enfermos que hay; lo que no ha visto es la cantidad de enfermos que salen curados. Porque este hospital no es para los sanos sino para los enfermos.

Mire, el otro día ingresó un enfermo con un cáncer pulmonar y apenas podía respirar, pero era un fumador empedernido; comenzó el tratamiento, pero él tenía sus cigarrillos escondidos y cuando veía que era el momento en que no venían los sanitarios, seguía fumando constantemente. Es lógico que no sanase.

La Iglesia viene a ser como ese gran hospital. Se le puede llamar “CASA DE SANTIDAD”. Pero hay quien no quiere progresar en su salud espiritual. Tiene todos los medios a su alcance que son los sacramentos, pero no se decide a aceptar la acción de Jesús. Y, lógicamente, va de mal en peor, hasta el momento de la llamada de Dios, que llegará, de manera imprevista o después de una grave enfermedad, pero llegará.

Y hay quienes sólo quieren ver, o sólo son capaces de ver, el cuarto de la basura que también lo hay en la Iglesia. Es lógico que tengan de la Iglesia una idea muy negativa, y más si se empeñan en tenerla. Pero la Iglesia es santa no porque haya muchos o pocos santos y menos, porque estemos nosotros en ella, sino porque está el Espíritu Santo que es quien nos santifica a todos los que estén dispuestos a dejarse cambiar.

José Gea