Como todo americano vinculado al deporte que pasa por nuestra ciudad, el Camp Nou y el Barça le despertaban un interés especial. Me pidió que le consiguiera una acreditación para el partido contra el Osasuna y, también, un tour especial para ver las instalaciones del club. Como mantengo buena amistad con Chemi Terés, hoy Responsable de Comunicación Internacional del Barça, la petición de Ira no fue complicada. Además, el hombre fue toda una institución en Estados Unidos, con lo que Chemi nos trató de maravilla.
 
Por la mañana, el mismo día del partido, acompañé a mi amigo americano a realizar el tour. De hecho, me picaba la curiosidad, pues desde siempre en el Camp Nou ha habido una pequeña capilla, justo al salir del túnel de vestuarios, y quería ver si este Barça laicista que ha conformado Laporta todavía la mantenía. El presidente azulgrana ha acabado con grandes tradiciones, como la ofrenda de los títulos a la Virgen de la Merced, pero la capilla continúa en el Camp Nou. Me dio un gusto enorme pasar junto a ella, ver la imagen de Nuestra Señora de Montserrat y observar por el rabillo del ojo la lucecita roja encendida…
 
Aunque estoy seguro que él no se acuerda de mí, conocí a José Mourinho en 1996, cuando vino a trabajar al Barcelona como ayudante –que no traductor- del entrañable entrenador inglés ya desaparecido, Bobby Robson. Ambos se afincaron con sus familias en Sitges y, como allí también estaba hospedado el equipo de los Dragons durante la temporada, nuestro entrenador, otro hombre mayor y afable, Jack Bicknell, hizo muchas migas con Robson. Los presentó Miquel Matas, dueño del hotel donde estaban los Dragons y en el que Robson y Mourinho pasaban largas horas. Y es que pocos anfitriones pueden igualar a la familia Matas.
 
Mourinho era una persona agradable y familiar. Su mujer, Matilde, esperaba a su primera hija, a quien llamaron también Matilde. Tres años más tarde nació su otro hijo, al que pusieron el nombre del padre.
 
Como siempre pasa en el fútbol, el entrenador paga cualquier sinsabor. Robson ganó la Copa del Rey y la Recopa, pero en la liga fue segundo detrás del Real Madrid y la directiva azulgrana decidió sustituirlo por Van Gaal. Mourinho siguió trabajando con el holandés, aprendiendo y forjando su carrera. Cuatro años después, el portugués tuvo la oportunidad de ser primer entrenador con el Benfica y, desde entonces, cosechó éxitos enormes, llevando al Oporto a ganar la Champions League, al Chelsea a conquistar dos ligas inglesas y al Inter de Milán a estar en la antesala de proclamarse campeón continental por primera vez desde 1965.
 
Mourinho es ahora un showman. Vive con pasión los partidos y le va eso de convertirse en el centro de atención. ¿Se le ha subido el éxito a la cabeza? Yo creo –y es una opinión personal- que se trata más de la imagen que le gusta vender, para asumir él la presión y liberar de ella a sus jugadores, buscando que se centren sólo en los partidos.
 
Sea cual fuere el cambio profesional que ha experimentado el portugués desde que asumió el papel principal en un banquillo, sus valores familiares y cristianos se mantienen intactos. Su frase “cuando salgo de casa, tras besar a mis hijos, sé que soy capaz de todo” habla por sí sola. Lleva siempre con él una imagen de la Virgen de Fátima y una foto de su mujer y de sus dos hijos. El miércoles pasado, tras eliminar al Barça y celebrarlo con su afición bajo el agua de los aspersores, el entrenador no dudó en detenerse un momento, camino al vestuario, y postrarse en la capilla de la Virgen de Montserrat del Camp Nou para dar gracias.
 
Infinidad de periodistas cubrieron la vuelta de la semifinal europea, pero este detalle de Mourinho sólo fue explicado por Xavier Saisó, de la Cadena SER, y creo que vale la pena remarcarlo. Muchos deportistas –y nos los podríamos aplicar a nuestra vida diaria, cuando pedimos algo- rezan y se persignan hasta siete veces antes de empezar un partido, pero muy pocos, muy pocos dan las gracias como hizo el brillante entrenador portugués.