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El presidente de Estados Unidos conversó ayer martes por teléfono con el presidente del Gobierno español. El portavoz useño, Robert Gibbs, indicó que el diálogo se produjo porque España «a causa de algunos de sus problemas necesita adoptar reformas en las que» el jefe del Ejecutivo «ha comenzado a trabajar».

Un día antes de comparecer ante el Congreso de los Diputados, ZP recibe consignas de la Casa Blanca. De ser otros los ocupas de las respectivas poltronas, el suceso habría sido objeto de una valoración muy distinta.
Pero todo lo que era cipayismo de Aznar hacia Bush se reinterpreta ahora a la luz del acontecimiento planetario que vaticinara la Pajín. Y es que en el universo de la globalización hay un astro rey y ZP no deja de ser uno de sus satélites. No llega ni a planeta.

Si Zapatero puede asumir las recetas económicas de Obama es porque el magma en que nos movemos fruto del control global de las mentalidades, es una ideología común, síntesis del liberalismo y del socialismo que va más allá de la frágil y aparente división entre derechas e izquierdas. Porque la sumisión de Rodríguez a alguien que, por su cargo, nos habrían presentado como vocero del más negro imperialismo solamente se puede entender si se evoca el cambio de discurso de la izquierda europea en general y española en particular.


Siempre ha llamado la atención que socialistas y comunistas encajaran con tan escaso coste la Caída del Muro de Berlín y el sucesivo desmoronamiento de los regímenes políticos vinculados a la URSS. La tragedia que se pone de relieve en estudios como el recientemente reeditado Libro negro del comunismo debería haber servido, por lo menos, para relegar a estas ideologías al archivo de las más dramáticas pesadillas de la humanidad.

Por el contrario, el socialismo (en sus diversas versiones) sigue formando parte de las fuerzas políticas con posibilidades electorales, sigue avivando el populismo, inspirando despotismo e intolerancia, sembrando el odio, debilitando la libertad y el imperio de la ley y frenando el progreso de los pueblos.



Es cierto que la izquierda europea llevaba desde 1917 mirando a otro lado ante las violaciones de los derechos humanos cometidas en los países comunistas pero, cinismo aparte, hay que reconocer que el derrumbamiento de las viejas estructuras concebidas en el primer tercio del siglo XX por estatólatras del perfil de Lenin o Stalin vino muy bien a una izquierda europea que desde los años 60 parasitaba en un entorno de constante progreso material. Para entonces, las raíces de la izquierda europea no estaban ya en la Unión Soviética sino en los Estados Unidos.

Este entronque norteamericano ha sido expuesto con detalle por Paul Edgard Gottfried (“La extraña muerte del marxismo”, Ciudadela, Madrid, 2007). La estrategia de acción cultural indirecta delineada por el comunista italiano Gramsci (18911937) fue proyectada por la llamada Escuela de Frankfurt y regresa a Europa desde USA en las elaboraciones ideológicas que activaron y sustentaron el proceso subversivo de los años sesenta del siglo XX, particularmente efectivas entre los estudiantes.

Dichos planteamientos son también la base del neosocialismo desarrollado en distintas latitudes durante los años ochenta y noventa y prolongado ya en el siglo XXI con protagonistas como Lula, Evo Morales, Kirchner, Nicanor Duarte, Rafael Carrera, Daniel Ortega y Rodríguez Zapatero. Todos ellos idolatran a Fidel Castro, uno de los déspotas más sanguinarios de la historia, y buscan perpetuarse en el poder asegurándose la reelección ininterrumpida mediante la transformación de la base cultural de las naciones que someten a su ingeniería social.


 
No parece equivocado Gramsci al señalar que es más importante la hegemonía cultural sobre la sociedad civil (la opinión pública, el “pueblo soberano”) que el dominio de la sociedad política (conjunto de organismos que ejercen el poder desde los campos jurídico, político y militar). Ahora bien, si es posible una alternativa al proyecto totalitario que representan Obama y ZP, esta recuperación de la hegemonía cultural implica la lucha por una Verdad que no se impone por sí misma sino que se abre paso dificultosamente y suele dejar mártires entre los que se esfuerzan por defenderla.

Porque, como ya hemos citado en otras ocasiones evocando al extremeño Donoso Cortés profeta del combate contra el liberalismo y el socialismo: «sólo en la eternidad, patria de los justos, puedes encontrar descanso; porque sólo allí no hay combate: no presumas, empero, que se abran para ti las puertas de la eternidad, si no muestras entonces las cicatrices que llevas; aquellas puertas no se abren sino para los que combatieron aquí los combates del Señor gloriosamente y para los que van, como el Señor, crucificados».