No sé de dónde sacaron mi dirección, pero el otro día apareció en mi buzón una carta que contenía, en español, la “carta espiritual” de la francesa Abadía de San José de Clairval. Allí se explicaba la vida del padre Charles Balley, persona clave para que Juan María Vianney, contra todo pronóstico, llegara a ordenarse sacerdote y a convertirse en el Cura de Ars. Una historia que vale la pena conocer.

No voy a repetirla aquí: se pueden recibir estos boletines gratuitamente a través de su página web, algo que recomiendo. Pero sí voy a comentar algunos aspectos que me han llamado la atención.

El padre Balley, ordenado sacerdote en 1775, canónigo regular, vivirá en sus propias carnes la tormenta desatada por la Revolución Francesa y su intento de someter al clero al poder político a través de la Constitución Civil del Clero. A veces se nos pinta a los sacerdotes refractarios, aquellos que rechazaron jurar, como unos fanáticos intransigentes, gente obtusa sin la más mínima flexibilidad. La actuación del padre Balley nos muestra lo contrario. Su carta, en la que expresa su decisión de no jurar la constitución civil, es un ejemplo de flexibilidad y de aceptar todo lo aceptable.... y rechazar lo inaceptable. Llega a incluir la fórmula que los revolucionarios exigían, jurando ser fiel a la Nación, a la Ley y al Rey, e incluso a la Constitución decretada por la Asamblea Nacional. Pero añade: “en todo lo que atañe a lo civil y a lo temporal, exceptuando formalmente todo lo que atañe a lo espiritual, sobre lo cual solamente la Iglesia tiene derecho a ordenar”.

La negativa a jurar la Constitución civil del clero llevaría al padre Balley a la clandestinidad y a dos de sus hermanos religiosos a la muerte: su hermano Esteban, cartujo, será guillotinado, y una de sus hermanas, exclaustrada a la fuerza, morirá en la miseria.

Otro aspecto que me ha llamado la atención es la persistencia de la fe en el ámbito rural francés. Cuando, tras el Concordato de 1802, el padre Balley es enviado como cura párroco a una serie de aldeas al norte de Lyon se encuentra con que “hay agua bendita en las tres cuartas partes de los hogares, leen regularmente el Nuevo Testamento y la Imitación de Jesucristo y rezan en grupo”. La ola revolucionaria no había descristianizado aún el campo francés. Por cierto, eso de que los católicos ignoraban las Escrituras en aquellos tiempos queda desmentido: incluso en las aldeas rurales se leían los Evangelios... ¡y el Kempis! Ojalá hoy en día fuera así.

Por último me ha llamado la atención todo lo referente a la difícil ordenación sacerdotal de Juan María Vianney, que en diversas ocasiones está a punto de tirar la toalla y no lo hace gracias al padre Balley, que hará lo posible y lo imposible para conseguir que su discípulo se ordene. De hecho, si no llega a ser por lo turbulento de la época, probablemente ni el incansable padre Balley se hubiera salido con la suya. La inestabilidad política hace que se salten los últimos exámenes y que sesenta jóvenes sean ordenados de golpe, entre ellos Vianney. No sabían que, casi de rebote, estaban ordenando a quien se iba a convertir en modelo de los curas párrocos.