Valgan estas letras como felicitación improvisada a quienes no he podido saludar en persona, entre tanto batiburrillo de familiares, amigos y besamanos varios que bullían en la explanada presidida por el Sagrado Corazón de Jesús.
La noticia está servida; y no sólo porque en una diócesis haya diez nuevos curas dispuestos a dejarse la piel en servir a Dios y a los hombres, sino porque en la celebración estaba toda la Iglesia representada, y creo que de vez en cuando no está mal un poco de autobombo y platillo para recordarnos todo lo bueno que tenemos en casa.
En unos tiempos en los que torticeramente parece que sólo resuenan escándalos acerca de los sacerdotes, seguro que ningún periódico nacional sacará como noticia que diez jóvenes han decidido entregarlo todo y jugarse la vida a una carta, para amar y bendecir a manos llenas a sus hermanos los hombres durante el resto de sus vidas.
Curiosa mentalidad y economía periodística de nuestros tiempos, que sólo busca el escándalo y el morbo, perdiéndose las noticias que de verdad hacen que el mundo siga girando y no se haya convertido en un lugar infumable, sin un resquicio de esperanza o alegría.
Y es que, puestos a buscar noticias, también lo es que en un lugar de Madrid unos pocos miles de personas se hayan reunido a rezar durante dos horas y media, acompañando con gozo y alegría la entrega de diez personas que han decidido nadar contracorriente y seguir a Cristo a donde les lleve.
Porque la iglesia es eso, no sólo unos cuantos curas y algún que otro obispo, sino un conjunto de miles de personas- laicos, curas, religiosos- que tienen por común denominador el ser hijos de Dios por el bautismo.
Noticias aparte, personalmente me ha encantado ver a tantos amigos y hermanos no sólo de la diócesis, sino también de las mil “movidas” que uno puede encontrar por Madrid si frecuenta los círculos eclesiales.
Al primero que me he encontrado ha sido a mi querido y apreciado Alberto Royo, compañero de blog quien, para rubor suyo y deleite de los lectores, ahora se ha pasado al otro lado de la página de ReL donde campa sonriente por encima de la columna de Lo Más Leído, Comentado y Enviado.
Alberto me ha recordado que últimamente escribo pocos posts, y razón tiene por lo que me pongo a enmendarlo de inmediato, aunque hoy nada de polémicas que estamos de enhorabuena.
Pero eso no es todo; he visto a amigos de la Milicia de Santa María, gente del Regnum Christi, una amiga encargada de programación de Radio María, compañeros de la Facultad de San Dámaso y conocidos de varias parroquias de la diócesis.
Con cada uno tengo una historia: una peregrinación compartida, un retiro en algún lugar de la geografía española, un programa de radio, el trabajo en la pastoral universitaria, algunos pinitos periodísticos, y tantas otras cosas que sería interminable nombrar detalladamente.
Es la belleza de la Iglesia en estado puro. Al final somos los que somos, y nos conocemos porque por fuerza, aún en un sitio grande como Madrid, se acaba coincidiendo. No sé si será por aquello que decía Santa Teresa de Jesús, quien saliéndole respondona al Señor, le soltó aquello de “pues, no me extraña que tengas tan pocos amigos”.
El caso es que, pocos o muchos, algo de gran familia tenemos, y como en las celebraciones familiares, siempre es un gusto encontrarse rodeado de gente que te conoce y te quiere porque sí, por ser quien eres, con la que tienes una historia en común que viene de largo.
Quizás por eso la alegría que reinaba era doble, por los nuevos sacerdotes, y por esa hermandad tan especial que se adueña de los cristianos cuando se reúnen, haciendo de su mutua compañía presencia del mismo Jesucristo en medio de ellos.
Y así, mientras saludaba a algún que otro recién ordenado y compartía unas palabras con el Sr. Obispo Auxiliar- quien no cabía en sí de feliz de ver volar a sus polluelos- veía también las lágrimas de alegría de los padres de algún ordenados y todo me parecía una auténtica fiesta.
Los nuevos sacerdotes bendecían a sus amigos, con todo el ardor de sus manos ungidas para ser otros Cristos y amasar todo un Dios cada mañana en la Eucaristía, y llovían los abrazos y los parabienes de todos los que estaban allí.
Todo un espectáculo si se piensa en que gente entregada y enamorada de Dios, no se ve todos los días en los tiempos que corren…
Así que como bellamente dice el ritual, termino orando para que Dios que comenzó esta obra buena, la lleve a término en las vidas de estos diez hombres, elegidos para ser ministros de la salvación de los hombres.