Ya sabíamos que a la Providencia le gusta dar sorpresas y aparecer en los lugares humanamente más inesperados. Si, además, santa Teresita tiene que ver con el asunto, podemos tener por seguro que todas las previsiones saltan por los aires.
Es lo que acaba de ocurrir con motivo de la llegada a Roma de las reliquias de la santa, recibidas, como de costumbre, con gran fervor y afluencia de personas que quieren acercarse más a esta pequeña santa que mueve multitudes. Pudimos ver al Papa en la plaza de San Pedro venerando las reliquias, también pudimos ver el entusiasmo de los fieles en las iglesias donde han sido expuestas: en la iglesia de San Antonio Abad, que es la iglesia del Russicum, San Luis de los Franceses, el Teresianum,… Todo muy bonito pero más o menos previsible.
Pero, ¿qué pensarías de un homenaje oficial del Estado francés a través de su embajadora ante la Santa sede? Sí, el mismo Estado francés emblema del laicismo, heredero de aquellas leyes anticlericales de 1905, que expolió a la Iglesia los templos y sigue siendo su propietario a día de hoy, el mismo que algunos han calificado como “confesionalmente masónico”. Ha ocurrido en la Villa Bonaparte, la sede de la embajada de Francia ante la Santa Sede, territorio técnicamente francés (y además situado junto al lugar donde se abrió la brecha de la Porta Pía: la toma de Roma en 1870 que significaría el fin de los Estados Pontificios pasó a través de sus jardines). Allí, un palacio que en 1816 adquirió Paulina Bonaparte, hermana de Napoleón y esposa del príncipe Camillo Borghese, un lugar en el que combinan las pinturas de musas monumentales con motivos egipcios en honor de las campañas militares de Napoleón en Egipto, en medio del lujo más exquisito, han resonado las palabras de la embajadora francesa en la recepción en honor de la presencia en Roma de las Reliquias de Santa Teresa. Un guiño más de Santa Teresita, la santa de la sencillez y la infancia espiritual resonando en los palacios de los potentados del mundo, de la familia de aquel que se coronó emperador a sí mismo, despreciando la mediación del Papa.
Las palabras de la embajadora de Francia, Florence Mangin, no tienen desperdicio. La embajadora, delante del cuerpo diplomático, ha subrayado una serie de puntos tan acertados que casi podríamos decir que podríamos estar escuchando a algún obispo o religioso católico. Tras una breve introducción:
“Me complace darles la bienvenida a la Villa Bonaparte después del momento tan intenso que hemos vivido esta mañana en la plaza de San Pedro. El mundo entero y el sucesor de Pedro estaban reunidos en torno a la pequeña Teresa, me atrevería a decir que una vez más. No he contado las veces que se ha celebrado a Teresa en esta plaza, pero hay al menos tres momentos solemnes: su beatificación, su canonización y su reconocimiento como Doctora de la Iglesia”.
La constatación del misterio que encierra santa Teresita, a la vez pequeña y muy grande:
“No voy a presentarles a Teresa, ni a hacerles un panegírico. Simplemente quisiera maravillarme con ustedes, y no soy la primera en hacerlo, del prodigioso contraste entre la vida oculta de esta joven monja carmelita de Normandía y la extraordinaria influencia que ha ejercido durante un siglo.
En nuestra sociedad marcada por el estrellato, la comunicación instantánea y el narcisismo que se ostenta en las redes sociales, he aquí que una joven que se encerró en un convento a los 15 años y murió a los 23 sigue siendo una referencia para hombres y mujeres de todos los continentes, un siglo después de su beatificación”.
Luego, la embajadora pasó a señalar la importancia de lo escrito (scripta manent…):
“Esto nos dice algo sobre el poder de la palabra escrita. La Historia de un Alma, los manuscritos autobiográficos, fue a través de estos escritos como se dio a conocer; fue poniendo por escrito la relectura de su vida y su camino con Dios como pudo ayudar a hombres y mujeres en su propia búsqueda espiritual. No creo que un vídeo pueda tener el mismo impacto. El libro invita, a veces conduce, te deja libre, invita a la reflexión o a la meditación, no se impone”.
Y aborda también el manido tema del papel de la mujer en la Iglesia, tan frecuentemente fuente de errores y desaciertos, cuando indica que ese papel debe de ser, ante todo, camino de santidad:
“También soy sensible, como comprenderán, al hecho de que fuera escrito por una mujer. Hace muy poco tiempo que se ha incluido a mujeres en la prestigiosa lista de Doctores de la Iglesia. Aportan un toque personal e insustituible. En los debates actuales sobre el lugar de la mujer en la Iglesia, sin duda marcan el camino. Teresa, con su "caminito", contribuye a ello, recordándonos que lo esencial es invisible a los ojos y que, si falta el amor, todo lo demás es inútil.”
Y remata con la constatación de que Teresa de Lisieux sigue siendo de gran actualidad (“maravilla cómo, un siglo después de su beatificación, Teresa no cesa de aportar siempre algo nuevo”). Las acusaciones de que su estilo literario pueda ser cosa del pasado, “un poco empalagoso”, se vienen abajo cuando descubrimos que Teresita es una “mujer libre, libre para darlo todo”. Para concluir con una certera fórmula: “La santidad es siempre joven”.
¿Quién nos iba a decir que la Francia laica y comecuras nos iba a dar esta preciosa catequesis? Estoy seguro de que santa Teresita contemplará este hecho con una enorme sonrisa y que ya estará tramando la próxima sorpresa que nos va a dar en esa su voluntad de seguir haciendo el bien en la Tierra para llevar a tantísimas almas, por su caminito, hasta el Cielo.