Con gritos de júbilo anunciadlo y proclamadlo; publicadlo hasta el confín de la tierra. Decid: el Señor ha redimido a su pueblo. Aleluya (cf. Is 48,20).
La liturgia de este domingo toma esta antífona de un pasaje de Isaías en el que se hace referencia a la liberación del destierro babilónico. La Eucaristía, más en el tiempo de pascua, es celebración y realización de la liberación no ya de un destierro de este mundo, sino del destierro de nuestra verdadera patria que es la comunión de vida con Dios.

La celebración desde el primer momento es espacio para el júbilo desbordante que encuentra expresión en el clima gozoso, en las flores, en los vestidos de fiesta de los fieles, en los cantos, etc. Pero es una alegría que no queda encerrada u oculta, sino que irradia más allá de la asamblea celebrativa.

Esa misma redención es el contenido de esa expansión en anuncio (kerygma). El primer anuncio del evangelio tiene como centro la victoria de Cristo sobre el pecado: su Resurrección. Un pregón que no lo es con sordina, sino con gritos. Pero no de regaño, sino de júbilo, de alegría, de gozo.  Es decir con la fuerza y la alegría del Espíritu que Jesús ha resucitado. Y un anuncio que da ilimitada publicidad al acontecimiento salvífico: hasta el confín de la tierra.

[Un comentario a la Antífona de comunión de este mismo domingo lo encontráis
aquí]